Noche de navidad

Publicado por Sebastião Verly 21 de diciembre de 2009

Noite de Natal

Después de la cena de media noche en la casa de mi novia, salí al encuentro de un taxi para volver a casa. La ciudad abandonada parecía uno de esos filmes del lejano oeste donde todos se esconden del peligroso forastero que amedrentó a la propia policía.

Nadie en la calle. Una lluvia fina y fría. Gente, solo yo. Caminaba meditando sobre la rapidez con que pasa la vida. Parece que fue ayer cuando nos reuníamos en la casa de mamá y después de algunas bebidas, nos abrazábamos y llorábamos con quejas y expresiones de felicidad. Siempre había uno de nosotros para ser elogiado. Mamá era una santa. Cuántas veces recibí sus besos recitando: “Yo vi a mi madre rezando a los pies de la Virgen María. Era una santa escuchando lo que la otra santa decía.”

Ella se deshacía en lágrimas y me abrazaba y besaba, besaba y abrazaba. Después decía que nosotros éramos muy buenos. Que nosotros dimos lo mejor para ella. Y causaba unos celitos en los otros al contar sobre el día en que el médico mandó que ella tomase rayos de sol y yo, aún niño, agarré el vaso chatito, como nos referíamos a aquél vasito hecho con una lata de veneno para hormigas, y fui con un poquito de agua a recolectar los “saludables” rayos solares.

Me acuerdo que en esa ocasión, ella, con todo cariño, me explicó el verdadero sentido del mensaje del médico: ella necesitaba tomar más sol.

Para eso sirve andar solo en la noche de navidad. Recuerdos y más recuerdos.

Conozco muy poco esa región de la ciudad y de taxi nada de nada. Taxi en esa noche es más raro que vergüenza en la cara de un político.

De repente escucho el llanto de un niño. Un muchacho saludable y bien limpio corre en mi dirección.

¡Dios mío! (¡pensaba que era ateo!), ¿un niño a esta hora?

-Señor, ¿me lleva?

-¿Llevar adonde? ¿Adonde vives?

-No sé. No soy de aquí. Un hombre con barba blanca que dijo que era amigo de mi familia fue quien me trajo. Él dijo que harían una fiesta para mí.

-Voy a llevarlo a la policía. Pero, ¿dónde habrá un policía esta noche?

Hoy en día, ¿aún existirá algún hogar de niños abandonados? ¿La Prefectura o Estado mantendrá aún algún servicio para abrigar a esos pequeñitos?

Cargo al muchacho que ya paró de llorar y voy caminando en busca de un lugar seguro para dejarlo.

Intento llamadas a cobrar, pues no tengo teléfono móvil o celular y no ando con tarjeta de llamado. Del otro lado de la línea siempre oigo a alguien borracho “tostarse” cuando escucha el mensaje que indica que tendrá que desembolsar algunos centavos si atiende. Cuelgan.

Abrazo al pequeño para calentarlo. Tenemos que encontrar una solución. Comienzo a imaginar un anuncio en la radio, TV y periódicos para localizar a la familia del muchachito.

Solo entonces, me acordé de preguntar su nombre:

-Jesús, respondió el niño.

¿Jesús de qué? Continué.

-No sé.

¿Y el nombre de tus padres?

-José y María.

Repito:

-¿María y José de qué?

-Nunca pregunté. Todo el mundo los llama María y José. Solamente.

Hijo mío, va a ser difícil encontrar tu casa. En todo caso, como yo vivo solo, voy a llevarte para hacerme compañía. Mientras me preparo para la despedida, tú, en la dirección opuesta, aprendes a entrar en la vida y enfrentarla como ella es.

-Vamos. Tenemos que caminar y es un poco lejos…

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