En mis tiempos de niño y adolescente, de 1948 a 1960, en la ciudad donde nací la mayor diversión, especialmente para la pobreza, eran las fiestas religiosas. La fiesta para pobre era la fiesta religiosa, ya que ahí no había distinciones de clases sociales.
Pasada la época de las Folías de Reyes, que tenían su auge el día 6 de enero, comenzábamos a esperar la fiesta del glorioso San Sebastián. Yo quedaba encantado con todo. Comenzando por las “invitaciones” para la fiesta, que llevábamos para nuestra casa y guardábamos con cuidado. Todos leían aquel papel distribuido a la salida de la iglesia, en el último domingo del año anterior.
Lo que llamábamos invitación eran simples folletos que anunciaban las actividades de la semana anterior y del día de la fiesta, generalmente el domingo más próximo al día 20 de enero. La mayoría de las fiestas contaba con la novena, que ya se constituía en forma doble de preparar la conmemoración en sí.
En el folleto, generalmente en un papel de colores bien desteñidos, azul, verde, amarillo o hasta rosado. Por lo menos los títulos tenían letras con un diseño diferente y eran en tamaños destacados. Algunas tradiciones todavía permanecen. Venía todo bien explicado:
Festa de São Sebastião
na Matriz de Nossa Senhora da Conceição
em Pompeu
De 11 a 19 de janeiro: novena em louvor a São Sebastião.
Dia 19 à noite após a novena haverá confissões com a partição do nosso querido Padre Pedro Lacerda Gontijo.
Dia 20- Domingo, às 5 horas da madrugada,: alvorada com a Banda de Musica do Senhor Celso Máximo. Queima de Fogos de artificio.
Às 7 horas missa festiva, com cânticos e comunhão.
Às 9 horas missa especial para as crianças.
Às 10 horas, leilão de animais, no terreno ao lado da Igreja
As 18 horas, missa solene com levantamento de mastro e queima de fogos de artificio.
Às 19 horas, leilão de prendas na entrada principal da Matriz apregoado pelo Afonso Martins.
As 20 horas, Barraquinha com Banda de Música e venda de bebidas e salgadinhos, servidos por senhoritas da sociedade.
Pompéu, janeiro de 1952
Festeiros:
José Maria Valadares
Ari Castelo Branco
Durante el mes los fiesteros o sus enviados recorrían las haciendas pidiendo donaciones, generalmente becerros, para ser rematados en el día de la fiesta. Hasta mi padre, que ya no era hacendado, siempre daba un becerro adquirido de alguien bien cercano. Conforme la habilidad recaudadora del padre o de los fiesteros, el becerro era escogido a dedo.
Mi padre, un ateo reconocido, vestía una de esas dos o tres chaquetas de mezclilla de color caqui y en la lucha contra el asma, que lo atormentó toda la vida, caminaba lentamente hasta la iglesia que quedaba bastante lejos de nuestra casa. Mi madre nunca salía de casa. Si salía era sólo el viernes santo para la procesión del entierro.
Nosotros vestíamos la mejor ropa, me acuerdo de un pantalón corto de un tejido crespo que llamábamos tussor, que usábamos solamente en ocasiones especiales y yo estaba seguro que todas las niñas estaban mirándome.
Las familias más religiosas preparaban prendas como aquellos llamados cartuchos gigantes con almendras hechas con maní y azúcar, o cosechaban en el patio, en la huerta o en el campo, una fruta, racimo o una rama con algún aspecto inusitado para ofrecer para el remate. Un simple zapallo podría provocar una verdadera algazara entre los muchachones que presenciaban el pregón. Lo importante era el buen humor.
A la hora del remate de animales el asunto era más serio y era bastante común acordar entre los presentes rematar en grupo, en duplas o en tríos para facilitar el trabajo. A esta hora la conversa era más seca y simple.
El remate de donaciones, la mayoría de las veces predicado por el señor Afonso Martins, era la hora de hacer chistes con las personalidades presentes citando sus hábitos o situaciones poco comunes. Era una verdadera comedia “stand up” lo que acontecía allí: “Este paquete de maní tostado dicen que es para Tõezinho da Lapa, que ya consume bastante este producto”. “Y este dulce de cidra es para Nazareno que está con los ojos en una joven bonita”; “un paquete de pé de moleque para Zé da Rocinha que adora raspadura”. Hay aquí un par de sandalias de lana para José Cecilio que después de las siete no sale más de su casa… Y ahora esa sandía de casi 4 kilos (en esos tiempos las sandías eran de una media de un kilo). Risas, bromas, unas chistosas y otras no tanto, y el dinero entraba limpiecito para la parroquia.
La tienda era construida encima de un pasto providencial para que no hubiera polvo. Apoyado en esos palos toscos que servían de apoyo horizontal para el cierre de la tienda, hecho con hojas de palmeras que también servían para cubrir el techo del espacio, yo y todos los niños, pasábamos más de una o dos horas allí viendo y oyendo a la banda tocar, y jóvenes alegres, como Marta do Clode, Delaidinha de doña Zizinha, Dilce do Gonte, Yone do Zé Cecílio, Zezinha da São, entre tantas otras, vestidas con delantales de indiana corrían para dentro y para fuera de ese pequeño lugar, todo dividido también con hoja de palmeras, para atender a las mesas con las cervezas enfriadas en tambores con agua, un poco de hielo y mucha sal.
Con mucho sueño y cansado de estar en pie, llevado por mi hermano Verlim, que no se perdía ninguna fiesta, volvíamos a casa, allá en el distante barrio d´os Cristos. Cansados, somnolientos, pero alegres y felices. Ya soñábamos con la fiesta del año siguiente que tenía ya anunciados en la tienda a Lili do Xisto y a Tuniquinho Afonso.
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