En el fin del mundo hay un tesoro

Publicado por Sânia Campos 22 de septiembre de 2009

No fim do mundo tem um tesouro

Hoy día, 16 de septiembre, a las 22 horas, casi al final de una noche más de clases, percibo una vez más el cansancio de los estudiantes de la carrera de Gestión de la Producción Industrial. La mayor parte de mis alumnos en este curso viene directo del “suelo de la fábrica” para la facultad. Desde la clase anterior me llamó la atención el semblante de un alumno que conozco desde el comienzo del año y que ahora está visiblemente abatido. Me aproximé y pregunté:

-Pareces cansado, ¿es el calor?

-Él me respondió rápidamente:

-Profesora, estoy dispuesto a pagar, y bien, a quien tenga tiempo para venderme.

La respuesta provocó un debate en la clase sobre el tiempo y la sociedad actual, tiempo y el mundo del trabajo, principalmente el trabajo en la industria. Prometí llevar el cortometraje “Vão dos Buracos”, que se traduce “Vacio de los Agujeros”, que habla de la vida en un lugar muy remoto y preservado en el Norte de Minas, que tiene este nombre y es mui citado en la obra “Grande Sertão Veredas” de Guimarães Rosa, para que ellos lo vean.

Pero también me vinieron recuerdos de Candeias, una comunidad en la Serra do Cipó. Ahí las palabras fueron pasando para el texto…

…Candeias…

La polvareda del camino y el calor se juntó a la demora para llegar. La distancia era pequeña, eran menos de 30 km de camino de tierra. Pero no nos alertaron sobre las condiciones en que se encontraba. Aún era Octubre y las lluvias ya provocaban estragos. ¿Será que íbamos a llegar? El conductor del viejo taxi parecía estar ya acostumbrado con la situación. Mi hija menor que era la guía, con su espíritu aventurero tampoco estaba tan impresionada… Tuve dificultad de entender la manera de vivir que eligió. Para mí, adulta y racional, ella tenía devaneos que serían pasajeros. Llegaba con sus amigos a aquellas comunidades con guitarra, tambor, hacían los “talleres” con los niños, ¿y a cambio de qué?, pensaba yo. Pero cuando ella grabó su primer CD propio, vi que la inspiración, los ritmos, venían de esos niños, de esas comunidades, liberando la musicalidad enclaustrada.
Mi mente habladora iba formulando comentarios y opiniones. Creo que en verdad, hace años este camino está abandonado. ¿Y quién vive allá?, ¿cómo vive? Si necesitan venir a la ciudad, alguien se siente mal, las mujeres embarazadas, ¿cómo nacen los bebés? Hay un silencio entre nosotros y miradas que demuestran un cierto mal humor. Sed y ganas de preparar algo para comer. Me pregunto ¿por qué decidí acompañar a estos jóvenes en este paseo improvisado? Por la falta de comunicación ni sabíamos si la casa del padre, el único lugar para quedarse, estaría desocupada. El conductor lograba vencer las piedras, los agujeros y el automóvil vencía la altitud. El calor y el polvo provocaban un sudor incómodo. “Respira profundo y relaja”, mentalizaba. Este lugar es el fin del un mundo, o mejor dicho, está fuera del mundo… mis pensamientos se arremolinaban.

No fim do mundo tem um tesouro

Finalmente alguien dijo que ya estábamos llegando. Pasaron unos 20 minutos y llegamos al poblado de solo una calle y pocas casas. Todos salían o se quedaban en las ventanas y hacían señas para saludarnos. Acabamos de subir la calle y paramos en la capilla. Desde lo alto miré el paisaje y avisté las sierras alrededor. Por instantes me olvidé de la sed, el apetito y el calor. Espanto al frente de este indescriptible paisaje que me encantó. Y yo que en el camino llegué a pensar que era un lugar olvidado por Dios, y ahora siento que fue olvidado por los hombres y por el llamado progreso. La luz eléctrica fue inaugurada hace menos de un año. Solo ahora la intrusa de la TV llegó a los hogares. Fui sintiendo un pulsar y un ritmo diferente que calmaba mi ser. La casa del padre estaba ocupada pero solo hasta la noche. Dejamos las cosas en la casa de una señora del lugar. Ella nos ofreció agua y café. Conversamos, y mientras esperábamos que la casa quedase libre, fuimos a caminar y a refrescar nuestros cuerpos en un río cercano. Cuando ocupamos la casa tuvimos que hacer una buena limpieza. Con la llegada de la luz al lugar, un matrimonio, hijos de lugareños, pusieron un almacén que fue de gran ayuda: compré cebolla, huevos de campo y en la casa de al lado, harina de mandioca de la región. Hice la farofa, que es un plato de harina de mandioca con mantequilla, huevos, carne, etc, más deliciosa que comí en toda la vida… Fin de la tarde, inicio de la noche y casi todos los moradores nos vinieron a visitar. Para los niños llevamos lápices de colores y en poco tiempo comenzó el taller de arte. La luz se acabó. Conseguimos un banco grande y lo colocamos en la calle porque la casa era pequeña y no cabían todos. Se tocó guitarra y hubo canciones. Fuimos a dormir y a pesar de la extrema simplicidad de todo, fue un sueño profundo y reparador.
Al otro día visité y conversé con varios moradores del lugar. Dos frases quedaron grabadas en mi memoria y hasta el día de hoy me intrigan.
Comenté con dos lugareñas:
-¡Este lugar es muy lindo! Ustedes tienen aquí un paisaje que no es común, ¡de una belleza inmensa!
-Doña Eva me respondió:
-¿Usted encuentra? Yo no lo veo así. Debe ser porque me acostumbré. Siempre viví aquí.
-¿Nunca salió?
-Solo para ir al médico cuando estuve enferma.
-Es así… con cuantas cosas nos acostumbramos y dejamos de mirar y verlas…  yo pensaba en mi vida cotidiana y sobre cuántos lugares pasaba sin ver nada. Y completé:
-Es como en el matrimonio, se acostumbra y uno no logra más observar y ver al otro. Recordé en silencio una canción, “Valsinha” de Chico Buarque, que habla de cuán mágica es una mudanza en la mirada… “Un día él llegó tan diferente de su manera de siempre llegar, la miró de una manera mucho más calurosa de la que siempre acostumbraba mirar…”
Doña Eva me trajo de vuelta:
-Aquí, ¿conoce al Señor Labatu?, él nunca salió de aquí. Hasta la consulta médica que él tiene hoy en día, son ellos los que vienen aquí. Pobrecito, ellos ahora quieren que use zapatos o sandalias.
Después fui a conversar con el Señor Labatu, el rey de la Marujada, que es una fiesta popular religiosa. Él insistía que viniésemos para la fiesta en septiembre. Tenía los pies muy hinchados. Y vi que para él, el mundo no era muy grande, ¡acababa detrás de esas sierras!
Y volví a pensar en el lugar. ¿Qué es el lugar? Para quien vive ahí todos los días y pocas veces o nunca salió, el significado es uno. Para nosotros que llegamos de la ciudad metropolitana, del humo, mucho ruido y contaminación, que ya visitamos varias ciudades y lugares, y hasta tenemos una cierta noción del tamaño de nuestro planeta, ese rincón del mundo tiene otro sentido.
-Miren, traje este cacho de bananas para ustedes.
De nuevo la demostración sincera de hospitalidad… Después observé la construcción de la escuela. Allá tienen la capilla, el cementerio y la escuela, la cual está necesitando una remodelación, de pintura. Ahí necesitan de muchas cosas… ya estoy pensando en políticas públicas y soluciones para problemas. Pero antes debía callarme y ver lo que tenían allí.
Ahora voy de nuevo a la casa de Doña María. Nos contó que la vecina quiere vender el terreno abajo del cementerio. Doña María es una mujer negra enferma, muy bonita, con los ojos verdosos y un brillo expresivo. Lento, sin prisa, habló de los arreglos que hizo en la casa, de los hijos y nietos que ya no viven más aquí, pero vienen a visitarla. Querían que ella fuese a vivir a Belo Horizonte, pero nunca se interesó. Fue allá dos veces y se cansó mucho, muchos carros y peligros. En eso llega otra vecina:
-Doña María, ¡qué día éste que no pasa! Ya hice todo lo que tenía que hacer. Limpié toda mi casa, hice el almuerzo, lavé y planché ropa, hasta fui a buscar leña. Y aún está el sol así brillando.

-Es verdad, Hoy está así.

Yo escuché este diálogo y no lo creí.

¿Qué tiempo es éste? Desde que llegué sentí un shock. Fue como si cambiase totalmente de sintonía. Y en estos pocos días, solo tres, fui entrando en otro ritmo. A partir de esta conversación comprendí que el tiempo aquí realmente pasa más lento, la vida es más lenta. Y esto se revela en la forma de mirar, hablar y hasta de caminar de las personas.

Este lugar, con sus sierras y su gente me encantó y quedó guardado en mi corazón. Siempre que me detengo y percibo el absurdo de la falta de tiempo, de la rutina automática, de mi ceguera en la vida diaria, me acuerdo de Candeias, de sus habitantes y su mayor tesoro: ¡el tiempo!

No fim do mundo tem um tesouro

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