Dentro de mis preconceptos y discriminaciones siempre divido el mundo entre “mis amigos y los otros”. Los “otros” son vulgares, alineados, pobres de espíritu y desconsiderados. Nosotros, yo y mis amigos, reales y virtuales, somos personas que piensan con la propia cabeza y aprenden con los sabios, filósofos, científicos y conocedores.
Una vez más estoy aquí para explicitar esa división.
Ayer, atendiendo a la amable invitación – casi intimación – de esta mujer que me está trayendo de vuelta a la vida, ese amor de décadas y que deberá permanecer para la eternidad (¡menos, mi querido!), en fin, fui a ver el filme “Pilar y José”.
¡Qué momentos de vida más intensos! Reí y lloré como nunca. La película, no sé si todavía es película porque ya no escucho a nadie usar esa palabra, es una genialidad. No se puede distinguir lo que es “filmación” y lo que son grabaciones “en vivo” de la vida de esos dos. Los cortes y secuencias son creaciones para mentes privilegiadas. Hay escenas tan simples como aquella en que Saramago homenajea al cantor sobrino de Zeca Afonso que es impagable.
Lo que queda de más bello es la fuerza del amor. El amor aparece en pequeños y en los grandes detalles. La relación de Saramago y su bella mujer Pilar con su país de origen llega a que tomemos partido de su lado. Y cuando el Presidente de Portugal le rinde honores y elogios, quién no habría de llorar.
La simplicidad del “Maestro” es una cosa increíble. Su lenguaje es accesible a todas las personas de este mundo. Su amabilidad con todas las personas es una cosa para ser imitadas en todas nuestras relaciones. Era un hombre como pocos. Demostraba su superioridad al darse el derecho de ser simple y humano.
La recuperación en su estado de salud, movida también por la fuerza de voluntad para escribir la mayor parte del “Viaje del Elefante”, ni siquiera debería mencionarlo aquí. Es el mayor suspenso que ya viví en el cine.
Las centenas de lecciones, incluso la amable firmeza de no escribir dedicatorias perdidas en libros autografiados, muy bien explicada y justificada varias veces por el autor, nos muestra como un ateo y comunista puede ser mucho mejor persona que mucha gente que anda con rosarios envueltos en las manos y se arrodilla delante de cualquier cuadro o escultura que se dice milagrosa.
No voy entrar en detalles, porque es justamente ahí que vamos a aprender con esa maravillosa lección que vale por muchos cursos de filosofía y ciencias humanas, de los mejores, mucho más elevada que esa caricatura de enseñanza que las escuelas particulares andan ofreciendo. Doy un ejemplo: la joven se forma en un curso superior de filosofía pura y nunca oyó la palabra tergiversar. ¿Puede?
No puede y yo ya estaba tergiversando.
El filme toca nuestros sentimientos y nos lleva a una camada superior. Salí del cine con la emoción a flor de piel.
Y aún tuve el tiempo para preguntarme: ¿Por qué el cine está vacío? Había sólo ocho personas.
Me dijo el portero que siempre es así. Mientras que las historias imbéciles de algún aventurero idiota tiene las salas de exhibición repletas.
Y una vez más divido el mundo: los que van al cine para agregar conocimientos y consolidar la cultura humanista y profunda, y los que buscan consolidar su alienación y la vida desabrida y mecánica que el sistema les impone.
Nosotros estamos en el lado correcto, absolutamente, al lado de los pensadores y sabios. Dejemos a los otros seguir sus caminos y creencias tontas, conducidos como ganado por el marketing del capitalismo consumista.
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