Rabia Venenosa

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 15 de febrero de 2012

Escuché a una persona decir: “Ni aunque la matase mil veces mi rabia no disminuiría”. Esto es lo que podemos llamar rabia “eficiente”. Es letal. Destruye poco a poco a aquél que la abriga. Esta persona descubrió lo que parecía ser un adulterio de su cónyuge y a partir de ese momento su vida paró. Cortó con el cónyuge cualquier acercamiento erótico. Lo agredió corporalmente muchas veces a lo largo de algunos años. El cónyuge no replicó. Lo agredió verbalmente con frecuencia. Los hijos evitaban quedarse en el ambiente doméstico para no presenciar las peleas y, cuando pudieron, se mudaron para otros lugares.

La persona que estaba con rabia pasó a tener dificultad para dormir, incluso haciendo uso de remedios psiquiátricos. Perdió la capacidad de trabajar fuera de casa. Por más doloroso que sea descubrir un adulterio es insano vivir de ahí en adelante con ansias de una venganza sin fin. En vez de destruir a aquél que fue el causante de la decepción, del dolor, de la ofensa, destruye al agresor. El tiro sale por la culata. Vivir ardiendo de odio, pena o resentimiento, incapaz de dormir y trabajar, de relajar y sonreír, es sólo una autodestrucción involuntaria. Aunque fuera por puro egoísmo, es necesario tirarle agua a ese fuego. Nada constructivo podría salir de allí.

“Ni aunque la matase mil veces mi rabia no disminuiría. Esa persona tiene que sufrir para pagar lo que me hizo sufrir, sin que yo le haya dado ningún motivo. Siempre fui fiel”. Rabia justa, dirían algunos. Sin la menor duda, comprensible. También sin la menor duda, rabia burra. Si yo abrigo un sentimiento que me hace parar de vivir, trabajar, dormir, sonreír, tener alegría de vivir, el error está en mí. Agarro con firmeza en las manos una brasa que no se apaga nunca. Grito y lloro de dolor, pero no abro la mano. La brasa continúa quemando. En el deseo de venganza, en el deseo de vengar, me consumo totalmente, pierdo mi vida en el vano intento de restaurar mi vanidad herida, mi orgullo personal.

En otro caso más blando, el resultado fue semejante. Alguien trabajaba hace varios años en un lugar sin que jamás le hubiesen ocurrido problemas importantes. Un día el patrón lo acusó de pequeños hurtos de los cuales él no era el autor. Se justificó delante de él, continuó trabajando allá, pero pasó a tener un semblante cerrado y serio la mayor parte del tiempo. Después de muchos meses el patrón lo despidió porque se cansó de su fisionomía malhumorada.

Desde el día en que esta persona fue acusada injustamente, pasó a tener insomnio, dolores intensos por todo el cuerpo sin una causa orgánica identificable. Esto duró todo el tiempo que permaneció en el trabajo y se prolongó también después del despido, llevando incluso a una incapacidad para nuevos empleos.

Tenemos aquí un fenómeno análogo al anterior. No hubo aquí actitudes vengativas, deseo de venganza, enfrentamientos verbales agresivos. Pero la vida de esta persona se congeló en el día en que fue acusada injustamente. Pasó a vivir dentro de sí mismo la mayor parte del tiempo, dentro de la rabia, de la tristeza, de la pena, de la decepción. Todo quedó envenenado dentro de sí misma. El sueño se perdió y la tensión crónica causó dolores corporales constantes.

Si no somos capaces de doblarnos delante de lo inevitable, la vida nos derriba y no nos levantamos más. El árbol flexible, hostigado por el viento, se dobla pero no se quiebra. El árbol endurecido es arrancado por la raíz.

Hay personas que fueron injustos con nosotros y que nunca van a reconocer que se equivocaron. Hay personas que nos abandonaron y que nunca van a volver. Hay personas o situaciones que nos lesionaron gravemente desde el punto de vista financiero, corporal o emocional y nunca habrá retorno o compensación.

Observo atentamente la vida de los árboles por toda la ciudad. Amo a los árboles grandes. La mayor parte de los árboles cuyo tronco es mutilado cerca del suelo se seca y muere. Pero existen algunas especies que tienen una vitalidad porfiada. Son cortadas a treinta centímetros del suelo y con el tiempo renacen. De las raíces que sobraron enterradas, el nuevo árbol se desarrolla y de nuevo se torna adulto.

Si tenemos objetivos mayores que el éxito financiero, afectivo, profesional, podemos renacer delante de las grandes pérdidas. Podemos encontrar caminos nuevos en la profesión o en el amor. Podemos desarrollar capacidades nuevas y otros intereses, aun con limitaciones corporales que la enfermedad o accidentes puedan habernos impuesto.

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