Obstáculos al crecimiento interior – parte 2

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 23 de agosto de 2011

Para desmontar este punto de vista es necesario un profundo autoconocimiento, que podemos adquirir naturalmente, a través de la ayuda de personas con las cuales nos relacionamos o a través de ayuda profesional. Es necesario percibir que el auto-desprecio y odio a sí mismo no ayuda a nadie a cambiar, es veneno puro disfrazado de ansias de crecimiento.

Esta persona puede tornarse incapaz de sentirse amada por alguien porque cree que no es digna, que están sintiendo pena por ella, que están mintiendo cuando alguien le dice que le agrada. Piensa que sólo será amada el día en que sea perfecta, el día que pierda la capacidad de errar. Como este día no llega, siempre se siente sola. O entonces espera de las personas un amor incondicional, que no va a recibir. Las personas pueden gustar de nosotros, pero no todo el tiempo, y nuestros verdaderos defectos no van a despertar admiración en nadie.

Yendo para otro extremo, hay personas que en el camino para el crecimiento interior se tornan arrogantes. Se consideran “casi” perfectas. Sus defectos son vistos como nobles cualidades, y lo que no puede realizar pasa a ser considerado indigno y despreciable. Justifica sus errores como lecciones intencionales que está proporcionando a otras personas. Tiende a exigirles más a los otros que a sí misma. Cree que siempre tiene la razón y quiere que todos concuerden con ella. Quiere mandar y evita obedecer. Esta arrogancia puede ser selectiva: la misma persona puede ser humilde y receptiva con alguien que considere superior y arrogante, siendo creído con las personas que desprecia. Puede incluso ser arrogantemente humilde o aparentar una bondad orgullosa y prepotente. Acostumbra a ser eficiente en auto-propaganda y vende una imagen personal mucho mejor de lo que es en realidad. Puede también venir camuflada en el sentimiento de estar siendo frecuentemente víctima de injusticias, de no reconocer su debido valor o estar siendo blanco de calumnias. Puede entristecerse y llorar porque las personas no perciben lo bondadosa, responsable, dedicada  y competente que ella es.

Otra forma de prepotencia son los juegos, las manipulaciones. La persona chantajea a los otros o los manipula con mayor o menor habilidad para que le obedezcan. También el arrogante tiende a vivir solo, no físicamente, sino internamente. Quien está siempre representando un papel, sustentando una fachada, no se relaja, no se saca la máscara. Se priva del verdadero encuentro humano de amar y sentirse amado. Esta persona confunde el tener un ideal con ya haberlo incorporado a su ser.

No siempre nuestras actitudes en una u otra dirección son obvias. Alguien puede ser arrogante con mucha clase, mucha discreción. Puede dar la impresión de alguien seguro y firme. Una persona que se auto-desprecia puede aparentar ser modesta, simple, un poco insegura.

Podemos incluso alternar actitudes de auto-desprecio y arrogancia. Sobrevaloramos nuestras virtudes y odiamos nuestros defectos. El crecimiento interior pasa entre estos dos extremos. El arrogante tiende a la pereza, a creer que ya hizo mucho. El que se desprecia cree que todo lo que hace es poco, que no sirve, que siempre se equivoca, que es un fracaso. El arrogante cuando se deprime tiende a la auto-piedad y el auto-despreciativo tiende al odio de sí mismo. Del equilibrio entre estos dos extremos es que surge la verdadera autodisciplina, el auténtico auto-respeto. Y el ritmo de cada persona es diferente. Es por una vigilancia paciente y constante que podemos descubrir cuál es nuestra velocidad máxima, que evita la pereza y la violencia contra sí mismo.

Nosotros podemos colocarnos los más elevados ideales y caminar de modo saludable en dirección al objetivo. No es la grandeza de un ideal lo que lo tornará imposible para nosotros. Lo que no puede ser perdido de vista es aquello que nosotros somos hoy, y desde ahí tenemos que comenzar, sin colocarnos plazos imposibles dentro de los cuales tenemos que alcanzar la perfección que anhelamos. El ideal es como el horizonte en nuestra frente, nuestra brújula que muestra nuestra dirección.

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