Equilibrio

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 23 de noviembre de 2011

Autocontrol y entrega o libre expresión son dos opuestos dentro de nosotros. El exceso de uno o de otro nos hace mancos, desequilibrados. Hay personas que tienen dificultad para percibir y expresar lo que sienten. A veces es necesario aprender a sentir con intensidad. Para algunos el camino puede ser aprender a llorar. La tristeza contenida, sofocada y congelada necesita derretirse, transbordar, esparcirse por el ser. Esto será vivido como un alivio, liberación, un alargarse para dentro de sí mismo. Sin embargo, la persona que se contuvo durante mucho tiempo, puede excederse en el lado opuesto, sumergirse tan profundo en la tristeza que se hace difícil volver a la superficie.

Si el exceso de autocontrol puede volver a la persona seca y árida, por otro lado el exceso de entrega puede ahogar. Quien no sabe parar de llorar, quien no logra erguirse en tierra firme, después de haber estado en el país de las lágrimas, se entregó demasiado, abusó. Los sentimientos pueden ser fuerzas ciegas dentro de nosotros. Nos pueden devorar, consumir, esclavizar. Es necesario descubrir en nosotros un centro, un punto de equilibrio. Como un péndulo, podemos oscilar entre el autocontrol y la entrega, pero el lugar central no puede ser perdido.

La persona que inhibió durante años o décadas su autodefensa, su capacidad de lucha, necesita destrabarse, aprender a decir lo que piensa, siente y quiere. Colocar límite, osar, arriesgarse, avanzar en busca de lo que se desea. Sin embargo, existe el peligro de la impulsividad, del egoísmo ciego y del descontrol. El inhibido del pasado puede tornarse demasiado agresivo, rabioso, devorador, alguien que atropella. La rabia contenida por mucho tiempo puede transformarse en una incapacidad de aceptar límites, frustración. La persona puede creer que después de haber estado tanto tiempo sofocada ahora va a lograr lo que quiere a la fuerza, a través de la violencia.

Si logramos encontrar objetivos, metas, ideales por los cuales vivir, podemos dar dirección a nuestra vida emocional. Una meta es una fuerza ordenadora dentro de nosotros. En función de algo que deseamos tenemos que disciplinarnos y así percibir cuándo podemos dar libre expresión a aquello que sentimos y cuándo debemos controlarnos, contenernos. Vivimos en sociedad. La libre expresión de los sentimientos no siempre es compatible con las situaciones que tenemos que enfrentar. La alegría de la auto-expresión necesita ser contrabalanceada con la alegría de saberse dueño de sí mismo, capaz de esfuerzo, disciplina, de lograr algo que es difícil y trabajoso.

 

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