Enamorarse y el Miedo de Amar

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 6 de septiembre de 2011

Quien ya se enamoró intensa y profundamente por alguien por largos períodos de tiempo, conoce el peligro que es vivir en ese estado. Quedamos vulnerables, expuestos y sensibles. La otra persona se vuelve el centro de nuestra vida, la luz de nuestros días, la mayor alegría. De este modo, ella tiene un inmenso poder sobre nosotros. El miedo de perderle se vuelve muy grande. Si este amor es correspondido, al menos en parte, vivimos la danza feliz de ver este amor crecer y florecer. Nos revelamos, pero el otro también se muestra. Deseamos con avidez pero nuestra pareja también nos quiere cerca. Necesita volver a asegurarse de nuestro amor.

Para muchas personas no existe la posibilidad de estar enamoradas. No es que lo digan de esta forma, porque no suena bien que alguien diga que nunca se enamora. “Estoy enamorado”, “yo te amo”, son expresiones “necesarias” en las relaciones entre hombre y mujer. No son siempre sinceras, sino “necesarias”. Pero para muchos – hombres y mujeres – el grado de entrega, de vulnerabilidad de la relación sería devastador, desgarrador. No quieren correr este riesgo, quedar tan expuestos frente a alguien o depender tanto. Sí, porque estar enamorado es depender, necesitar al otro, es sentirse vacío y sin rumbo si perdemos a quien amamos, principalmente si fuimos correspondidos durante un período largo de tiempo.

Huyendo de la posibilidad de este dolor, hay personas que buscan a alguien que se enamore de ellas. Quieren ser amadas, deseadas y admiradas. Quieren ser el centro de la vida de alguien. Quieren sentir la seguridad de tener a su lado a alguien para quien se tornan indispensables y esenciales. Buscan conquistar, corresponder al amor del otro, agradar, pero nunca se entregan verdaderamente. Quien se entrega pierde el control, sale del comando y corre el riesgo de ser abandonado.

En la vida amorosa no siempre soportamos largos períodos de soledad, rechazando nuevas posibilidades. A veces podemos envolvernos con alguien que está enamorado de nosotros, pero aunque sintamos un amor profundo y verdadero por la persona, no sentimos por ella el verdadero enamoramiento, no estamos enamorados. No se trata aquí del miedo de amar, del miedo de la pérdida, ni de la incapacidad de entrega.

Podemos ya haber vivido en nuestra historia relaciones de profunda pasión que terminaron por diferentes motivos. Sabemos que tenemos esta capacidad de entrega y vulnerabilidad. Pero ahora, con esta persona, sabemos que es un amor menos profundo. Verdadero, sincero, gratificante, pero ella no tiene suficientes motivos de atracción para nosotros, no la admiramos lo suficiente para que todo se derrita dentro de nosotros y nos enamoremos.

Es posible ser feliz con alguien, convivir con alegría por largos períodos de tiempo, aunque no amemos y deseemos con la misma intensidad con la cual somos amados. Pero aquí hay un peligro para quien ama y desea más. Está el riesgo de la pérdida, porque si ya conocemos la inmensa alegría del enamoramiento mutuo, de la entrega recíproca, esta vivencia brilla en nosotros como un sol, nos atrae como un imán, y si algún día la vivimos y la perdemos, en el fondo de nuestro ser existe el deseo de volver a vivir esta intensidad incomparable.

Existen personas para las cuales un gran amor que fue vivido y después se rompió, mata dentro de ellas la capacidad de entregarse nuevamente. Se cierran. Quedan un poco amargadas, o por lo menos un tanto endurecidas. Pueden envolverse nuevamente, incluso casarse, pero nunca se entregan totalmente, quedan reservadas.

Para soportar los peligros de esta vida es necesario mucha autoestima, auto-confianza, capacidad, inteligencia y flexibilidad. Vivir con salud emocional y mantenerla a lo largo de la vida sin cerrarse, sin huir de los peligros, exponerse, quedar vulnerable, ser transparente, es un enorme desafío.

Por extraño que pueda parecer, cuanto mayor es nuestra capacidad de soportar el sufrimiento, de no quedar traumatizados con los dolores, agresiones, frustraciones, y pérdidas, mayor será nuestra capacidad de disfrutar la vida, de entregarse a ella, no huyendo de los peligros, porque dentro de ellos también pueden existir inmensas alegrías.

Las más intensas alegrías, las mayores conquistas, están abiertas para aquellos que no huyen por miedo de sufrir, que pueden exponerse a todos los peligros y sufrimientos con la confianza de que dentro de estos sufrimientos, o después de ellos, la belleza de la vida, de amar y ser amado, de descubrir lo trascendente, es siempre posible.

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