La multiplicación de los panes

Publicado por Tarzan Leão 23 de febrero de 2010

Para vivir, nosotros necesitamos de bienes materiales, de alimentos, cama, comida y ropa limpia. La producción y distribución de los bienes materiales es objeto de estudio de economistas, pues los recursos de producción son siempre limitados. Muchas veces vestir un santo significa desvestir otro y las frazadas son siempre cortas para las infinitas necesidades.
También necesitamos del alimento espiritual, mental y emocional. Pero, al contrario de los alimentos materiales, éstos tienen una capacidad mágica de ser multiplicados. Si yo produzco un alimento espiritual para mí, puedo compartirlo con todos mis semejantes. Beethoven hacía una canción y, cuando encontraba que ya estaba lista, o sea, buena para él, la ofrecía para todos de todos los tiempos, y pasa lo mismo con la actividad intelectual. Alejandro Magno (356-323 AC), que construyó el mayor imperio de la antigüedad, era bastante reconocido por Aristóteles, que fue nombrado por su padre, el emperador Felipe II de Macedonia, su preceptor entre los 13 y 16 años. Una vez dijo: “Debo más a mi maestro Aristóteles que a mi padre. Este me dio el pan que mata el hambre, aquelle sabiduría que sacia el espíritu”.
La actividad intelectual es antes que todo una actitud de contemplación. Esta actitud, sea enfocada para lo religioso o para la mundanidad, casi siempre carece de un desprenderse de lo real; sin embargo, no como fuga mundi, sino como un mirar desde lo alto, para que se pueda tener una visión panorámica de la realidad. Santo Tomás de Aquino comprendió muy bien este método, al acuñar en Summa Theologiae la frase contemplare et contemplata aliis tradere, contemplar y dar a los otros el fruto de la contemplación, y que fue por eso mismo, usada como lema de la Orden de los Predicadores, de la cual él formaba parte.
Esta contemplación no se prende solo al universo religioso, como parece llevarnos a creer la frase acuñada por Santo Tomás, aunque él tuviese razón y los ojos dirigidos hacia Dios. No se puede tener una vida intelectual profunda sin tener ese contacto permanente con la soledad, principal vía de acceso a la vida contemplativa. Es eso lo que hacemos aún hoy al escribir.
Fruto de un largo proceso de estudio y madurez, nuestros textos afloran hechos plantas que nacen y cuyas semillas están por debajo del suelo, escondidas a los ojos ajenos. No son frutos del azar, ni brotan de la nada como piensan algunos.

Con razón, dice el Eclesiastés que

“todo tiene su tiempo.

Hay un momento oportuno para cada cosa debajo del cielo:

tiempo de nacer y de morir;

tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó;

tiempo de matar y tiempo de curar;

tiempo de destruir y tiempo de construir;

tiempo de llorar y tiempo de reír;

tiempo de lamentar y tiempo de danzar;

tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntarlas;

tiempo de abrazar y tiempo de alejarse de los abrazos;

tiempo de buscar y tiempo de perder;

tiempo de guardar y tiempo de desechar;

tiempo de rasgar y tiempo de costurar;

tiempo de callar y tiempo de hablar;

tiempo del amor y tiempo del odio;

tiempo de la guerra y tiempo de la paz”.

Así pues, hay un tiempo de estudiar, investigar y también de meditar, seguido de un tiempo de escribir y de compartir con otros aquello que aprendemos o aprehendemos.     Nadie nace sabiendo; nadie, afirma Paulo Freire, educa a nadie, pero todos nos educamos mutuamente. Ese es el proceso de la construcción del saber y de la consciencia humana.
El mundo competitivo en el que vivimos no deja lugar para la contemplación ni mucho menos para la ociosidad. La entrega total al mundo del trabajo y el consecuente alejamiento de la vida personal y familiar son vistos con buenos ojos por la sociedad, a tal punto que siempre es merecedor de elogios el profesional que no lleva los problemas personales o familiares para el trabajo. No es pequeño el número de niños que son criadas por empleadas domésticas mientras sus padres se entregan en una lucha frenética a su vida profesional. Y así, como para aliviar la consciencia pesada por haber abandonado a los hijos a su propia suerte, muchos los llenan de regalos y bagatelas, tal vez como un intento de suplir sus constantes ausencias.
Lo que olvidamos es que la vida sigue su curso y, cuando menos lo esperamos, nos vemos solos en el mundo, lejos de los hijos, y alejados del trabajo por el motivo obvio de la jubilación que siempre termina llegando. Ahí ya no hay mucho más que hacer. Percibimos que toda nuestra vida fue desperdiciada para juntar bienes que ni siquiera logramos usufructuar, pues solo ahora nos damos cuenta que tenemos un cuerpo y que necesitamos controlar nuestros índices, cuidar de la artritis y la artrosis, mientras la juventud va quedando atrás; nos sentimos interiormente vacíos, aunque nuestras casas estén repletas de cosas, las cuales hace mucho tiempo que ni siquiera les dirigimos la mirada.
Conozco mucha gente que jamás leyó un libro en su vida – y no estoy hablando de aquellos que no saben leer ni escribir. Y lo que es peor: generalmente ellas se jactan de eso. Éstas tienden a ser personas vacías y que poco o nada tienen para decirse así mismas ni a los demás. Viven, como nos decía el padre Henrique Vaz, como meras compañías melancólicas de los animales. Piensan que vivir se resume en trabajar, sacudir el cuerpo al ritmo de canciones mediocres y llenarse la cara en el bar de la esquina los fines de semana, viendo su equipo jugar – muchas veces perder, lo que es aún peor. Experimente leer un libro por semana. Todo bien, puede ser mucho. Haga la experiencia de leer, por lo menos un libro al mes. Ose apagar su TV los fines de semana, al final, en ella solo aparece porquería. Pare. Piense. Medite. Contemple. Después, dónese. Comparta sus lecturas con su compañero o compañera. También con sus hijos. Solo así usted verá cuán bueno es ¡contemplare et contemplata aliis tradere! O sea, cuando producimos el alimento espiritual, no sólo atendemos nuestras necesidades, sino la de todos nuestros semejantes. He aquí como ocurre el milagro de la multiplicación de los panes.

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