En nuestra pequeña ciudad, Pompéu, cuando yo era niño, ya por los idos años cincuenta, durante el período de la víspera de Navidad, del 24 de diciembre hasta el día 6 de enero o Día de Reyes, siempre se organizaba un grupo de cantadores e instrumentistas que recorrían la ciudad de punta a punta en largas caminatas. Entonaban o desentonaban, a veces, versos relativos a la visita de los Reyes Magos al niño Jesús. Ella presenta un carácter profano-religioso, formando parte del ciclo de fiestas de Navidad y Año Nuevo.
La representación de los Reyes Magos, aunque yo no los distinguiera en su momento, traía en mi mente la presencia nítida hasta hoy del Pesebre armado dentro de la iglesia y en las casas de muchas familias, donde estaban las representativas pequeñas estatuas de los solemnes Reyes, bajo una estrella de papel salpicada de purpurina plateada.
Las leyendas eran muchas. Se decía que el líder o “tirador” de la folía no podría parar de participar en la folía a menos que un heredero suyo, hijo, yerno o hermano prosiguiese con la misión. Si rompiese la tradición, el tirador moriría el año siguiente. Y citaban a uno llamado Cirino, más unos dos o tres ejemplos que murieron por haber abandonado la tradición. Existía la certeza de que quien “tirase” la folía un año se comprometía a continuar por siete años seguidos.
Otra tradición era la de que quien no diese la limosna para la Folía de Reyes, terminaba teniendo una gran pérdida de bienes en el año siguiente. En mi casa, mi madre y mis hermanos más viejos contaban, así como quien no quiere nada, esas amenazas y justificaban el ejercicio de esa fiesta “religiosa” y nuestra obligación de recibir bien la folía y dar alguna limosna o regalito.
Zé Barba, que todavía debe estar vivo, era un buen tirador de folía. Su casa quedaba en la parte alta de la periferia llamada Vargem do Boi y de ahí partía el animado grupo. La mayoría de los componentes era gente desconocida. El “tirador” de la folía arrebañaba a gente simple, algunos desocupados, otros trabajadores sueltos, como Vital Batata, pillo como él solo, todos muy interesados en dividir el “auxilio” o limosnas que recibían por las presentaciones, aparte de comer y beber gratis durante esos días.
Después de las orientaciones del jefe, un pequeño ensayo especialmente para las entradas y discursos en la hora correcta, salían temprano y comenzaban por las casas más cercanas. La folía proseguía durante la noche en largas caminatas, llevando al frente la “bandera”, un estandarte adornado con motivos religiosos bien simples y coloridos, que para los responsables debería merecer especial respeto. La bandera trae en sí sus signos y significados, y es el mayor símbolo de la folía.
Pasaban de puerta en puerta buscando ofrendas, que variaban de un plato de comida a una simple taza de café. Una cachacita podría ser discretamente servida. La mayoría de las familias, cuando recibía a la Folía de Reyes en su casa, ofrecía cosas de comer en ese momento – queques, dulces y hasta algo de salados – y, más raro, regalos como pollos, longaniza, huevos, alguna fruta o un poco de cereales colocados en una bolsita de papel.
Cuando llegaban a la puerta de la casa, comenzaba la canturía. Las letras de las canciones apelaban para el “buen corazón”, para el sentido religioso, y había siempre un auxiliar vestido de payaso, también con una máscara o la cara pintada para recaudar donativos. A pesar de la adaptación al tipo cultural y medio cultural de donde venían los tocadores y de donde era sacada la folía, los versos e incluso el ritmo y la melodía atravesaban generaciones y guardaban el mismo sentido.
En años de más abundancia era posible contar con todos o casi todos los instrumentos para una buena folía, que a rigor deberían constar de viola, guitarra, acordeón, reco-reco, shaker, cavaquinho, triángulo y pandero. Se improvisaba un pan con tapitas de botellas o un alambre donde se metían las mismas tapitas. Hacían danzas que simulaban luchas entre sí, con golpes secos de los palos que se cruzaban y provocaban un sonido marcante.
Había, cuando en el terreno de la casa o fuera de ella había cemento o pasto, una danza que ellos llamaban lundú en que uno o dos de los participantes rodaban en el suelo y se levantaban en ágiles y ligeros saltos, casi artísticos. Curioso y, en ese tiempo parecía bien normal, casi todos danzaban descalzos, y hubo un tocador que vi calzado de sandalia de cuero crudo, que nunca me salió de la memoria. Las ropas eran coloridas, había pantalones y camisas de seda que contrastaban generalmente con la pobreza y la piel negra de la mayoría de los tocadores.
Para la mayoría de las personas visitadas, eran todos simplemente tocadores de folía. No había una preocupación en identificar los personajes. El único que se diferenciaba era el tirador de la folía. Me acordé de Zé Barba, que tocaba un acordeón y ya en los últimos años apareció con un acordeón bien simple de madreperla roja desteñido. Lo que nos interesaba era la farra, la canturía, las danzas y los meneos.
Tiempo bueno. La folía “sabía reconocer a su público” y se mantenía dentro de sus límites territoriales y sociales. A pesar de que mi familia vivía en un medio pobre, era respetada cultural e intelectualmente. Con entusiasmo y alegría, mi padre mandaba a invitarlos a venir hasta nuestra casa y a presentarse en el terreno calzado de ladrillos que había junto a la terraza o dentro de la sala cuando estaba lloviendo. A todos nos gustaba oír la canturía.
Y después que pasaba la folía, yo y mis hermanos nos juntábamos a algunos niños de los alrededores y hacíamos nuestras máscaras y nuestros instrumentos. Todavía me acuerdo de un pelirrojo llamado Zé Lúcio que tenía una gran destreza para danzar y golpear con los palos de escoba que usábamos como instrumentos de las luchas. Unas pocas veces arriesgamos a presentarnos en algunas casas de vecinos amigos. Y ganamos unas pocas monedas y algo para comer. A pesar de la racionalidad de la vida hoy en día, lo que quedó en mi memoria fue la rara belleza de esa fiesta.
Aparte de eso me acuerdo y hasta canto sin percibir algunos versos que me parecen todavía preservados de generación en generación por tradición oral. (“santos reyes vienen a visitar, a quien es de buen corazón Dios le dé eterna gloria, en su feliz mansión”).
La Folía de Reyes hasta hoy se mantiene viva en las manifestaciones folclóricas de muchas regiones del país, especialmente en las ciudades mineras de la Región de Bocaiuva.
En el municipio de Muqui, estado de Espírito Santo, acontece desde 1950 el mayor encuentro nacional de Folía de Reyes, reuniendo a casi una centena de grupos de tocadores de folía, también de los estados vecinos Rio de Janeiro, Minas Gerais y São Paulo. Quedan los versos:
“Señora dueña de casa, va llegando la folía
Ven a besar nuestra bandera y escuchar la canturía
Ven a besar nuestra bandera y escuchar la canturía, ¡ay ay ay!
Señora dueña de casa, si no fuera muy costoso
Venga a abrir su puerta que nosotros vinimos de poso
Venga a abrir su puerta que nosotros vinimos de poso ¡ay ay ay!
Nuestro cuerpo quiere descanso nosotros necesitamos de un rincón
Nuestra arma quien vigila es el divino Espíritu Santo
Nuestra arma quien vigila es el divino Espíritu Santo ¡ay ay ay!
Señora dueña de la casa, la folía va saliendo
Quédese con Dios nuestro padre y la protección del divino
Quédese con Dios nuestro padre y la protección del divino ¡ay ay ay!
Comentarios