Ensayo sobre la Ceguera de los Juegos de Azar

Publicado por Sebastião Verly 26 de octubre de 2010
Ensaio sobre a Cegueira nos Jogos de Azar

Ensaio sobre a Cegueira nos Jogos de Azar

Mega Sena, ese juego nacional que “corre” dos veces por semana, anunció un premio de 115 millones de reales. Nadie tiene noción de lo que significa este monto de dinero, pero todos sueñan con ganar el pozo.

Hay gente que se pasa la vida soñando con ganar dinero en el juego. Y el jugador adicto cita ejemplos de éxito: en Pompeu, en el interior de Minas, uno que se tornó uno de los mayores hacendados ganó la mayoría de su dinero en el juego. Todos los demás jugadores quedaron pobres y murieron en la miseria. Unos son porfiados y logran,  después de fallar totalmente, recuperar algunas monedas y reaparecer de vez en cuando en las mesas de juego. En la mesa de juego nadie tiene un mínimo de pena por quien pierde. Ni monedas para un cafecito le dan al perdedor.

El juego es una tentación. Hay una película muy interesante, El Rey del Juego, que muestra bien el desespero de un jugador. Es una película de 1965, por lo que no me acuerdo bien de los detalles. Pero a quien le gusta el juego debe guardar toda la cinta en la memoria.

Aquí en Belo Horizonte, capital del Estado de Minas Gerais, existen decenas de casinos improvisados o bien montados. Todos clandestinos. Menos mal, porque el vicio por el juego es uno de los mayores azares en la vida de una familia. Casi siempre el perdedor pierde lo que hará más falta en casa, aparte de muchas veces perder la moral y la compostura. El hogar se desmorona y la miseria se instala.

Siempre es bueno huir de lugares donde se practica el juego. Porque el diablo tienta, y el individuo entra sin querer salir más. Si gana, queda entusiasmado y sueña con ganar mucho más. Si pierde, se desespera, y alucina con recuperar lo que perdió.

Lo que me motivó a escribir esta crónica fue el póker de la Avenida Amazonas, en la Pensão do Manoel, en un pequeño edificio que resistió muchos años a un costado del Pompeu Hotel, en pleno centro de la capital.

En ese casino improvisado, durante años que un grupo de personas arrendaba los cuartos del primer y segundo piso, acontecieron todo tipo de situaciones.

Era común que los pequeños perdedores, la mayoría de las veces gente de fuera del grupo, llegaban, jugaban lo que tenían en el bolsillo, pues allí no se aceptaban cheques, perdían y se retiraban.

El caso más triste fue el de un ciudadano de poco más de treinta años que consiguió un préstamo en el IPASE, el Instituto de Jubilación y Pensiones de los Servidores Públicos, cuyo valor era para la adquisición de su casa propia. Mucho dinero. Y sólo quien vivió en aquella época puede creer que el préstamo era sacado en la caja, y el beneficiario salía con la plata para depositar en su cuenta hasta conseguir un inmueble del valor de su gusto o llevara el dinero vivo para pagar directamente al propietario del inmueble ya negociado.

Uno de los adictos a los juegos trabajaba en el referido IPASE y al ver salir al funcionario con tanta plata en el bolsillo lo invitó amablemente para una rueda de póker. Y alertaba: Si perdiese un poco debería salir luego, y si ganase, también era inteligente retirarse con el dinero conseguido.

Pero dicen que el diablo realmente tienta. Nuestro joven funcionario público comenzó ganando. Animado, se dispuso a ser un jugador agresivo, aquél que arriesga más. Osado de verdad. Y así, comenzó a perder, y, cuanto más perdía, más se aventuraba y más abusaba del dinero que debía ser para la casa de su propia familia. Durante la noche de viernes, el sábado entero, la noche y también el domingo, jugaron sin parar hasta la mañana del lunes. En esa triste mañana, vendió por poco más que nada su reloj Cymaflex, la pluma Parker 51 y hasta la billetera de cuero para poder comer algo y regresar a su casa. En la mesa, un aire de naturalidad: nadie demostraba el menor sentimiento de pena por el joven.

Otra historia en el mismo cuarto de juegos aconteció con el Risadinha. Alcides, que era su nombre propio, era uno de esos tumbas habladores desagradables que hay en toda rueda de juego. Para quien no sabe, tumba es ese sujeto que sólo acompaña el juego de terceros. Y de vez en cuando comenta o dice alguna intuición. La mayoría de las veces reciben alguna propina para comprar comida y bebida para los jugadores.

Cierta noche, Risadinha se durmió y el Gigante, uno de los controladores de la mesa, propuso en voz baja que vedasen las ventanas y puertas, apagasen la luz y continuasen hablando, fingiendo que estaban jugando.

Cuando el tumba fue despertado por el vocerío de los jugadores, preguntó:

-¿Ustedes están jugando en la oscuridad?

Y todo el grupo, con voz naturalmente ensayada, dijo que había luz y que estaba bien claro.

Nuestro amigo Alcides se desesperó intentando encontrar la pared, el interruptor, puerta y ventana, mientras gritaba al mismo tiempo:

-¡Quedé ciego! ¡Quedé ciego!

Las risas sólo se soltaron cuando él consiguió abrir la puerta y ver la claridad.

Y, desde ese día, nunca más apareció en el cuarto-casino para mirar los juegos de póker de ese grupo adicto.

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