Dejamos las ruinas del rancho y ya convencidos de que el lugar no era apropiado para nuestra merienda, nos dirigimos hacia dentro del vehículo. Sobre la orientación meticulosa del ex-guía scout Carlinhos, nos limpiamos los zapatos y sacudimos ropas y bolsas para que nuestra comida estuviese limpia y seca. Saboreamos con apetito los víveres. Encontramos una baraja de naipes, pero pasamos el tiempo con nuestras conversas.
Cerca de una hora después oímos gritos del otro lado del “río”. Eran los dos que faltaban y parecían querer comunicarnos su llegada. Respondimos con gritos y silbidos. Calculé que llegarían en una media hora o cuarenta minutos.
¡Pero nada! Ya había pasado más de una hora. Y yo aparte de comenzar a sentir mucho frío, estaba preocupada. Doña Coló caminó un poco, fue a buscar más arcilla e intentó comunicarse con ellos de nuevo, pero no hubo retorno. Volvió tensa. Entró en el carro y pensó alto: “Entonces no eran ellos. Debe ser gente de Macaúba, citando al poblado más cercano. Entran escondidos para buscar cristales. Ellos tienen miedo de Edivaldo. Percibieron que había gente y gritaron para confirmar. No daba el tiempo para que hubiesen vuelto. Allá es muy lejos.”
Intentaba calmarme pero percibí que estaba afligida. Yo respondí:
-Pero Edivaldo dijo que aquí no había ninguna alma viva. ¿Y el río?
-No, el río ya debe haber bajado. El río no iba a detener a nadie. Esas personas vienen a buscar cristales aquí. Yo sé, explicaba para convencerme.
Pero el tiempo pasaba y ellos no llegaban. Ahí, Doña Coló revolvió la guantera de la camioneta y encontró un rosario. Comenzó a rezar:
“Por todo lo que sufriste, por nuestra salvación
Pon fin a nuestra angustia, ¡alivia nuestra aflicción!”
Y rezó tres veces:
“Santo rostro del Señor, alivia nuestro dolor.”
Hablamos un poco de la fe, de las señales que nos da la vida. Ella me contó que todos los días reza un tercio del rosario en la iglesia, participa de la Pastoral del Niño y que tiene un programa de oración en la radio comunitaria, todos los días, de 17 a 18 horas. Y ese día ya no iba a alcanzar.
“Pero no hay problema. Cuando falto después el pueblo me cobra: me quedé esperando la hora de la oración en la radio”.
Entonces, imaginé que en la ciudad ya debían estar sintonizados con nuestra demora. Ella intentó rezar el rosario, pero nos distrajimos conversando, me contó sobre la iglesia, y sobre los jóvenes del lugar. Media hora más de prosa. Hasta que ellos finalmente llegaron. ¡Tenían mucho que contarnos! Del aprieto para atravesar el río que, aproximadamente diez minutos después de que pasamos, quedó imposible de atravesar. Tuvieron que esperar más de una hora para que el río bajase un poco, y la travesía fue difícil. Nos contaran de su preocupación hasta que supieron que nosotros ya habíamos atravesado. Ellos no oyeron nuestros gritos. Imaginaron lo peor y solo se calmaron cuando llegaron a un lugar más alto del camino y nos vieron en el carro con los binoculares.
Se hizo muy tarde, la lluvia recomenzaba y aun teníamos que enfrentar el camino de vuelta, cuyas condiciones antes de la lluvia no eran nada de buenas. Ellos comieron rápidamente y nos acomodamos para regresar. En el camino habría tiempo para los relatos de cada uno.
Como se preveía, las condiciones del camino empeoraron mucho. Pero con las oraciones de Doña Coló, seguimos adelante. Luego, llegamos a lo alto de la chapada (llanura) donde se forman piscinas, pequeñas lagunas con agua de lluvia. Estas se multiplicaron y el agua inundó un largo pedazo del camino. Cada zambullida, un susto.
La lluvia se hizo más gruesa y mojaba de nuevo a Naiara, Carlinhos y al otro compañero que no alcanzaron a secarse. La carrocería del carro se inundó y se mezcló con tierra y yo me acordaba de la preocupación anterior por mantenerla limpia.
Llegamos a un nuevo trecho del camino, agujereado por el torrente, con suelo arenoso y desnivelado. En uno de estos agujeros, las ruedas del lado derecho se enterraron y una de ellas perdió el contacto con el suelo. El carro se ladeó y quedó atascado.
¿Y ahora? La lluvia era persistente y gruesa.
Todos bajamos y después de varios intentos percibimos que para salir de ahí tendríamos mucho trabajo.
Edivaldo, experimentado, buscó algunas piedras para intentar apoyar la gata, levantar y empedrar el carro. Entró en una poza con barro debajo del vehículo. El camino parecía un arroyo. Las ruedas de la izquierda estaban en tierra firme pero arenosa, las de la derecha, escondidas bajo el agua. Lo lamentamos. Porque no trajimos la “maldita”. Maldita es como los trabajadores rurales llaman al azadón en esta región. En la plaza de Itacambira hay un homenaje: ¡un monumento con un azadón y una garza!
Doña Coló sacaba ramas de árboles y pensaba construir puentes, cargaba tierra y piedras pequeñas con la idea de afirmar la tierra. Carlinhos reflexionaba que la cantidad de grava era poca y no iba a hacer ninguna diferencia. Ella continuó.
El otro compañero, animado, para calmar los ánimos preguntó: “¿Si un genio apareciera de una lámpara y te concediese tres deseos, cuales serian los tuyos?
Carlinhos respondió: carro de doble cabina, ducha y ropa seca. Naiara dijo: ropa seca, ducha y comida. Doña Coló completó: sacar el carro del lodo, ducha caliente, comida y agradecer a Dios por la aventura y porque todos estamos bien”. El autor de la pregunta remató: “¡yo pediría cachaza Sabor de Minas, cerveza helada y pescado frito!”
Yo estaba perdida sin saber cómo ayudar y daba sugerencias: “¿Y si lográramos disminuir el volumen de agua del torrente?” Pensé que si la lluvia paraba tendríamos chances de salir de allí. ¿Y si colocábamos piedras debajo de las otras ruedas?
El otro compañero regresó por el camino y desapareció. Naiara y Carlinhos empezaron a buscar piedras grandes para apoyar las ruedas y yo los acompañé. Apoyamos todas y pusimos troncos con la orientación de Edivaldo. Subimos en la carrocería para hacer peso en las ruedas de la derecha. Observamos que el torrente se redujo mucho.
Todos ansiosos, queriendo que diese resultado. Encendimos el vehículo y funcionó. ¡Salimos del barrial! Gritos de alegría y celebración. Faltaba uno. Adonde está el otro compañero? Ya viene llegando, escuchó el ruido del motor. Dijo que escuchó mi idéa de reducir el volumen de agua del torrente e hizo algunas barreras y desvíos un poco más atrás. ¡La victoria era colectiva! Ahora solo faltaba llegar. Doña Coló rezaba bajito y decía “Misericordia” en cada desafío del camino. Llegamos a la carretera con grava y ya estábamos a salvo. ¡Neblina, mucha neblina! Seguimos hasta la ciudad que estaba fría y totalmente cubierta de neblina. Nos cruzamos con el carro del señor Geraldo, esposo de doña Coló, que estaba yendo a buscarnos. Pero con ese vehículo tan pequeño sería imposible enfrentar los caminos.
En caso de que esta lluvia continúe, no va a quedar ningún camino, pensé. En la puerta del hotel, preocupados, algunos habitantes de la ciudad nos esperaban.
Luego, escuchamos muchas historias y aventuras de otros visitantes. En una de ellas, un grupo de investigadores de la USP, Universidad de São Paulo, que estuvieron en la región, y que por la descripción eran probables geólogos que estaban investigando los recursos minerales, sin experiencia, se hundieron con el auto en una de aquellas piscinas. El auto fue arrastrado y ellos tuvieron que pasar la noche empapados en medio de los eucaliptos. La suerte fue que la ventana del auto estaba abierta y ellos lograron salir y sacar la cachaza que llevaban y que los salvó del frío.
El otro compañero comentó impresionado con la intuición femenina: “¡Volvieron en la hora justa! Porque diez minutos después no sería posible atravesar el río. Hubiésemos quedado desabrigados al otro lado, con frío, mojados y con riesgos de ataques de animales salvajes…’
Yo pensé bajito, con cierta ironía: con esa lluvia cada vez más gruesa, el torrente que bajaba cada vez más fuerte, solo la intuición lograría deducir y percibir que el río se iba a desbordar y que ya había pasado la hora de devolvernos.
Nosotros ahora tomamos una ducha caliente, té con yerbas recogidas en el camino por Doña Coló y servido con unas gotas de cachaza para que nadie se resfriara. Comimos con apetito.
Sentí que la rodilla se hinchaba, pero la arcilla blanca me alivió rápidamente el dolor.
En la orilla de la cocina a leña recordábamos la aventura, oíamos otras historias y calentábamos el corazón y el cuerpo para dormir en paz.
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