Pobres Profesores

Publicado por Sânia Campos 17 de agosto de 2011

Fin de tarde, viernes, y yo regresaba en un ómnibus del transporte público de mi trabajo en Betim a mi casa en Belo Horizonte. Es un momento en que a veces me gusta observar a las personas y sus movimientos. Y no hay cómo no escuchar las conversaciones que se dan. Historias de la vida cotidiana, opiniones sobre diversos temas como el matrimonio, las peleas de vecinos, la educación de los hijos, o el sofoco del trabajo. Si alguien quisiera hacer una pesquisa sobre el “sentido común”, yo indicaría estos trayectos de viajes urbanos e intermunicipales como una buena fuente.

Este viernes me llamó la atención la entrada de una señora cargada de bolsas, acompañada de sus dos hijos pequeños y una joven. Como las dos se sentaron en asientos diferentes conversaron durante todo el viaje hablando muy alto, de modo que era difícil no escuchar. Entre varios asuntos, destaco un comentario de la joven sobre un amigo que, al contrario de la mayoría de la familia, continuó sus estudios. Admirada con el tiempo y la inversión que el muchacho dedicó a los estudios, lamentaba: “No se puede entender. Hacer un curso superior, ¿estudiar tanto para después ser profesor? Inmediatamente su observación fue reforzada por la señora que dijo: “Parece que él es muy inteligente pero no es muy cuerdo”.

Esta conversación me llevó a innumerables pensamientos. Memorias, conceptos y teorías se mezclaron en mi cabeza. Cuando era niña estudiaba en el Grupo Escolar, en la escuela primaria, y me acuerdo que la representación e imagen que yo, mis padres y la sociedad en general tenían de los profesores, que en su gran mayoría eran mujeres, era totalmente diferente: respeto, consideración, admiración por el conocimiento y por el importante trabajo que realizaban. No quiero ser melancólica y decir que los tiempos pasados eran mejores. Estudié el final de la enseñanza básica, todo el antiguo curso secundario “ginasial”, y la enseñanza media en el tiempo del régimen militar. Período de autoritarismo y mucha violencia, de rápidas transformaciones socioculturales y económicas en el país. El momento universitario fue de muchas luchas: por la amnistía, por las libertades democráticas, por los derechos humanos, etc. Fue un tiempo de muchas lecciones. Presenciamos la rápida urbanización con una desordenada ocupación y el crecimiento rápido de las ciudades y todas las consecuencias en el modo de vivir y sobrevivir de las personas y las familias. El mismo proceso que generaba el crecimiento económico también aumentaba la pobreza, la exclusión y las desigualdades. El mundo y los procesos del trabajo se transformaron de forma tan rápida, reestructurando el tiempo y los valores de la vida social y colectiva, la vida de las familias, en fin, todas las relaciones sociales y humanas. Y en los últimos 10 ó 15 años, con la velocidad de los cambios y el reciente desarrollo tecnológico, quedó cada vez más difícil comprender y explicar la sociedad, las perplejidades y los desafíos. En el campo académico hay varios estudios y trabajos que reflexionan sobre esta sociedad “líquida”, término de Zygmunt Bauman, y las consecuencias humanas de la nueva globalización. La educación actual y sus desafíos no podrán ser comprendidos fuera de este complejo y contradictorio contexto actual.

Después de este paseo mental, volví al momento y observé de nuevo a mis compañeras de viaje. Gente simple, del pueblo, que batalla para tener trabajo y cuidar a sus hijos, a la familia y garantizar el “pan de cada día”. Por la manera de hablar se percibe que no tuvieron la oportunidad de continuar sus estudios. Para explicar el mundo y elaborar sus ideas, partían de la experiencia cotidiana, de la observación directa e intuitiva. Y entonces, ¿por qué encontraban tan absurdo que alguien se dedicase tanto a los estudios para después ser profesor? ¿Será que esta representación, esta percepción refleja hoy una opinión pública general?

¿Cuáles son las condiciones de los profesores de la escuela básica hoy en día?

De nuevo, yo quería explicar y entender. Me acordé de la actual caída en la demanda de carreras de licenciatura, inclusive del cierre de varias. Muchos alumnos que estudian Física, Biología, Geografía, entre otros, declaran que no quieren ser profesores y, de hecho, veo muchos profesionales de estas áreas actuando en otros campos y no en la escuela. En conversas y encuentros de educadores observamos muchos cuestionamientos y posturas, que oscilan entre la esperanza y el desencanto, como escribieron Pablo Gentili y Chico Alencar al analizar los desafíos de ser profesor actualmente.

Sabemos que profesionales y gestores del Ministerio de Educación, MEC, y de algunos estados y ciudades han propuesto programas, políticas y acciones para tener una mejora en la calidad de la educación. Pero cada vez más me convenzo del papel estratégico de los poderes locales. Son en los espacios locales, en donde la población convive, que las necesidades básicas se colocan de forma concreta: la necesidad de la escuela, del médico, de la seguridad, del transporte, del pan, de la leche, y de todo el resto se necesita para vivir con dignidad. La gestión local, más próxima de la población puede construir experiencias renovadoras y envolver y organizar a las personas y la sociedad para ser participantes de esta construcción.

Un diagnóstico de las gestiones municipales en Brasil hoy, principalmente en lo que se refiere a la educación, no nos deja muy optimistas. En los discursos y en la retórica, la educación es siempre presentada como prioridad. Pero las políticas y sus gestores se pierden en números y estadísticas, principalmente las referentes a los costos. La efectiva calidad de la educación está todavía muy distante de la realidad de nuestras escuelas. ¿Qué escuela queremos? ¿Qué escuela es posible? Sabemos que son muchas las preguntas y dudas. Hay ejes estratégicos que van desde la materialidad, que incluye condiciones físicas, carrera y valorización de los profesores, la formación de estos profesionales, la participación de los alumnos y de sus familias, la integración de la escuela con la comunidad hasta la reflexión más profunda del papel y función de la escuela contemporánea con todos los desdoblamientos que esta cuestión apunta sobre el sentido de la escuela. Los dirigentes – gestores, secretarios municipales y del estado, directores y coordinadores de escuelas deberían ser escogidos por su osadía, pasión, creatividad, capacidad de oír y su abertura para deshacer mitos y rituales, instituir nuevas maneras de enseñar-aprender y construir escuelas como espacios de encuentro, alegría y formación humana integral para nuestros niños y jóvenes.

Priorizar la educación y revertir este cuadro de descrédito, rescatando inclusive la valorización del profesor-educador es una tarea urgente de Brasil, si queremos una nación de ciudadanos emancipados y activos, conscientes de sus derechos y deberes.

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