La Última Batalla

Publicado por Editor 25 de julio de 2011

Ahora ya has aprendido mucho sobre cacería. Será fácil para ti comprender que un buen cazador sabe una cosa por sobre todas las otras… conoce los hábitos de su presa. Es eso lo que lo vuelve un buen cazador.

Ser un cazador no es sólo agarrar la caza en la trampa. Un cazador digno de ese nombre no agarra la caza porque prepara trampas, o porque conoce la rutina de su presa, sino porque él mismo no tiene rutina. Esa es la ventaja que tiene. No es en absoluto como los animales que persigue, fijado por rutinas pesadas; es libre, fluido e imprevisible.

Para ser un cazador tienes que romper con las rutinas de tu vida. Estoy hablando de caza. Por lo tanto, me refiero a las cosas que los animales hacen; los lugares donde comen; el lugar, el modo y el tiempo que duermen; donde hacen sus nidos; cómo caminan. Son rutinas que te indico para que tomes consciencia de ellas en tu propio ser.

Todos nosotros nos comportamos como la presa que perseguimos. Eso, naturalmente, nos torna presa para alguna otra cosa o para alguien. El cuidado del  cazador que sabe sobre todo eso, es él mismo dejar de ser una presa. Entiende lo que quiero decir.

No basta con saber construir y preparar trampas. Un cazador debe vivir como cazador con el fin de aprovechar al máximo su vida. Infelizmente, las modificaciones son difíciles y acontecen muy lento; a veces, le toma años a un hombre convencerse de la necesidad de mudar.

Un buen cazador cambia su manera de ser tantas veces como sea necesario. Un cazador debe no sólo conocer los hábitos de su presa, sino también saber que hay fuerzas en este mundo que dirigen a los hombres y a los animales y a todo ser vivo. Son las fuerzas que dirigen nuestras vidas y nuestras muertes.

Los actos tienen poder. Especialmente cuando la persona que actúa sabe que esos actos son su última batalla. Hay una extraña felicidad en actuar con el pleno conocimiento de que sin importar lo que se está haciendo, puede ser el último acto sobre la tierra. Te recomiendo que reconsideres tu vida y veas tus actos bajo esa luz. No tienes tiempo, mi amigo. Esa es la desgracia de los seres humanos. Ninguno de nosotros tiene tiempo suficiente, y su continuidad no tiene significado en este mundo asombroso y misterioso.

Su continuidad sólo lo torna tímido. Sus actos no pueden tener el discernimiento, el poder, la fuerza compulsiva que tienen los actos de un hombre que sabe que está trabando su última batalla en la tierra. En otras palabras, su continuidad no lo vuelve feliz ni poderoso.

Nuestra muerte espera, y este mismo acto que estamos realizando ahora puede muy bien ser nuestra última batalla sobre la tierra. La llamo batalla porque es una lucha. La mayoría de la gente pasa de acto a acto sin luchar ni pensar. Un cazador, al contrario, evalúa cada acto; y como tiene un conocimiento íntimo de su muerte, procede con juicio, como si cada acto fuera su última batalla. Sólo un imbécil dejaría de notar la ventaja que un cazador tiene sobre sus semejantes. Un cazador da a su última batalla el respeto que merece.

Es natural que su último acto sobre la tierra sea lo mejor de sí mismo. Así es placentero. Le quita el filo al temor. Las fuerzas que guían a los hombres son imprevisibles, pavorosas, pero su esplendor es digno de verse.

Un cazador de poder vigila todo. Y todo le cuenta algún secreto. Cuando un hombre toma los caminos de la brujería, se vuelve consciente, a los pocos, de que la vida común quedó atrás para siempre; que el conocimiento es en verdad una cosa asustadora; que los medios del mundo común no son más un escudo para él; y que tiene que adoptar un nuevo modo de vida para sobrevivir.

La primera cosa que él debe hacer en ese punto es desear convertirse en guerrero, un paso y una decisión muy importante. La naturaleza asustadora del conocimiento no nos deja ninguna alternativa diferente a la de tornarnos un guerrero.

Cuando el conocimiento se torna una cosa asustadora, el hombre también comprende que la muerte es la compañera insustituible, que se sienta a su lado en la estera. Cada poco de conocimiento que se vuelve poder tiene a la muerte como su fuerza central. La muerte da el último toque, y lo que sea tocado por la muerte se torna realmente poder.

La muerte es nuestra eterna compañera. Siempre está a nuestra izquierda, a la distancia de un brazo. Siempre te ha estado vigilando. Siempre lo estará hasta el día en que te toque. ¿Cómo puede uno darse tanta importancia sabiendo que la muerte nos está acechando?

Cuando estés impaciente, lo que debes hacer es voltear a la izquierda y pedir consejo a tu muerte. Una inmensa cantidad de mezquindad se pierde con sólo que tu muerte te haga un gesto, o alcances a echarle un vistazo, o nada más con que tengas la sensación de que tu compañera está allí vigilándote.

La muerte es la única consejera sabia que tenemos. Cada vez que sientas, como siempre lo haces, que todo te está saliendo mal y que estás a punto de ser aniquilado, vuélvete hacia tu muerte y pregúntale si es cierto. Tu muerte te dirá que te equivocas; que nada importa en realidad más que su toque. Tu muerte te dirá: Todavía no te he tocado!

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