Memorias del Hospicio

Publicado por Sebastião Verly 14 de junio de 2011

Viví en un tiempo en el cual llamábamos al actual manicomio “hospicio”. Tuve una riquísima experiencia en el año 1966, internado por quince días en el Hospital Santa Clara, un hospicio razonable, tres estrellas, que quedaba donde construyeron el moderno Hospital Life Center. Aquel hospital “¡era una locura!”, aquí en el área noble de Belo Horizonte. Tengo historias y más historias que contar que podrían dar como mínimo una “trilogía”: igualdad, amor y solidaridad. ¿Quién sabe si estimulado por mi amiga, la psicóloga Ana María Leandro, me animo a publicar esos recuerdos?

Una de esas situaciones que me llamaban la atención en aquella “Casa de Salud”, como era denominada mientras existió, eran los chistes reales que permeaban los chistes que nosotros mismos contábamos sobre los locos. Y a veces todos nos reíamos mucho.

Me acuerdo de una historia debajo de un sol ardiente en el patio con pesados bancos de cemento que por seguridad estaban concretados al piso, un espacio abierto donde pasábamos horas leyendo o simplemente mirando el suelo o para arriba, pues no acostumbrábamos a quedarnos mirándonos entre nosotros.

En esa tarde calurosa del mes de octubre, Meireles, de quien no grabé nunca el primer nombre, pero recuerdo que era hijo de un ex alcalde de Belo Horizonte, leía tranquilamente su colección de Oscar Wilde, cuando un bancario, creo que era Camilo, subió en la otra punta del banco y se quedó paralizado como una estatua. Yo encontré esa actitud extraña y le pregunté por qué estaba así. De pronto, me respondió que era “un poste de iluminación y que traía luz para el aplicado lector”. Y me convenció de que la luz, que a esa hora iluminaba el patio era “su luz”. Le pregunté a Meireles, mi vecino de habitación por qué él no le pedía al otro sujeto que se bajara del banco y me respondió seriamente: “¿Tú quieres que yo lea en la oscuridad?”. Otro día, vi uno de los internos usando un sombrero hecho de papel de periódico y le pregunté por qué usaba ese disfraz. No, me dijo el colega “loco”, yo soy Napoleón Bonaparte, Rey de Francia. Otro loco que también le escuchaba le preguntó quién lo había nombrado Rey de Francia. Él respondió: “Fue Dios, tengo origen divino”. A lo que un viejito que vivía siempre callado contestó: “¡Yo no nombré a nadie!”.

Eran decenas los chistes que repetíamos diariamente y otros eran creados en el día a día. La mayoría con el tiempo se esparcieron por el mundo y ahora están disponibles en la gran www.

Pero lo que me interesa aquí es “analizar” la locura que va por el mundo. Hubo en cierta ocasión un loco que decidió escribir en un pedazo de papel que él denominó “dinero” y se convenció de que tal papel valía muchos objetos por los que se podría cambiar. El resto de los locos le creyó. Yo nunca acepté el valor que decían tener esas monedas.

Hay otro que fue más lejos: escribió en una hoja de papel que una buena gleba de tierra era suya y de nadie más. El resto de los locos acató la “escritura” e incluso ayudaron a defender la idea de cercar el terreno. Y mucha gente del mundo entero comenzó a imitarlo. Hoy, en todo el mundo las personas andan locas cerrando las “propiedades” que ellos creen “suyas”.

Hay también un pequeño hospicio que es conocido como “poblado del Cáucaso”, donde los locos cercados por el círculo de tiza caucasiano hecho en el suelo a su alrededor, ganaban chichones al intentar pasar por debajo de la raya.

Uno de los casos más conocidos de locura intensa es registrado en todo el mundo y tiene como sede principal el Gran Manicomio, él en sí es una locura que se intitula País y ostenta el nombre de Vaticano. Allá sus moradores en su insana imaginación creen que son “legítimos representantes de Dios”. “Su santidad, El papa”, como le llaman, es, sin exhibir pruebas, el portavoz único del Creador aquí en la tierra. Está por encima de críticas o contestaciones: es denominado “infalible”. Y mucha gente cree en esa locura colectiva, llegando a elegir Santos a los muertos que ocuparon el puesto, que se quedan tan poderosos como el Dios que inventaron.

Ahora vemos la locura de esa pareja de muchachos que creen que serán los futuros Rey y Reina de Inglaterra, el Duque William y la Duquesa Kate, con derecho a casa, comida y mucha mayordomía, todo pagado por el pueblo, que ellos consideran sus súbditos, porque alucinan colectivamente que el joven William tiene una sangre especial. Dicen incluso que es sangre azul. Los laboratorios que hicieron los exámenes prenupciales contestan y dicen que la composición de las sangres que corren por las venas del noble heredero del Reino y de aquella que llaman “plebeya” Catherine, tienen la misma constitución físico-química-biológica.

Mientras tanto, el pueblo de Inglaterra junto a otra gente llegada de todo el mundo paró para ver al cortejo Real exhibir su locura en plena City de Londres, cercados de Pompa y Circunstancia, muchas cosas bizarras y, para darle un aire más serio, ¡seguridad!

Es hora de ampliar la lucha anti-manicomial, abrir las puertas de los hospicios, “casas de salud” u otro eufemismo que pudiesen tener, para ampliar nuestras fronteras: todo el mundo es nuestro gran hospicio. Sobran los chistes y risas locas de gente enferma que se dice “normal”.

Termino con este adagio popular: “De médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”.

Participe usted también de esta alucinación:

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