El circo de mi infancia

Publicado por Sebastião Verly 31 de mayo de 2010

Mi primo hermano me insiste para que hable de los circos de nuestra infancia en nuestra tierra natal. Siento unas intensas ganas de traer las imágenes más bellas de aquel tiempo. Sin embargo, no logro enlazar las ideas ni recordar muchos detalles. El título más apropiado sería “Y el circo llegó”. Sólo que debido a la situación actual de los circos tradicionales, ¿quién creería que el circo vuelve a su ciudad?

Los circos, hasta los años sesenta, eran montados en esa placita que está un poco más arriba de la iglesia. Era un espacio en el que se instalaban los parques y circo-teatros. Años después eran montados en la plaza que estaba a dos cuadras de distancia, la cual, no sé por qué, era llamada Plaza del Mercado.

Primero hablaré de los parques de diversión. El parque llegaba y lograba traer a las jóvenes de la periferia al centro de la ciudad. La última vez que vi un parque fue en la ciudad de Granada en la frontera de São Paulo con Minas Gerais. Estábamos en el año 1972 y nada había mudado. Mucha gente venida de los barrios pobres y sin calzado paseaba o hacían “footing” con sus pies enrojecidos de polvo que mostraban dentro de baratas sandalias. Vestidos simples, bien lavados y bien planchados, con rouge, polvo de arroz y perfumes económicos, dejaban el aire bastante oloroso.

La barraca donde ponían las canciones era observada por las jovencitas. Verificaban si sus pretendidos o pretendientes se animaban a dedicarles una canción. Luego, el altoparlante decía:

-Esta canción alguien se la dedica a alguien como prueba de mucho amor. Y ese alguien sabe quién es.

Ahí nos quedábamos hasta que el altoparlante anunciaba el cierre de las actividades, aproximadamente a las diez y media u once de la noche.

En la misma plaza de mi ciudad se montaban los circos tradicionales.

Cuando era niño, me moría de dolor del vigía que se quedaba a cargo del desorden que formaba el circo. El vigía dormía casi al relente.

El circo llegaba y, quien podía, juntaba unas moneditas para ir por lo menos a una matiné. Las lonas de los circos que llegaban al interior estaban casi siempre rotas. El circo cerrado por un círculo de alambre de púas no impedía que los muchachos mayores penetrasen la cerca y pasasen por un agujero de la lona. Las chicas en las graderías se cuidaban de proteger el calzón de la vista de quienes estaban abajo. En aquel tiempo sólo usaban falda.

Yo iba a pocas matinés, pero sabía todo lo que pasaba en las sesiones. Las muchachas reproducían todo en sus patios. Junto con algunos vecinos llegamos a montar un circo cerrado con hojas de agave, ya que en ese tiempo abundaba en nuestra vecindad. Hacíamos trapecio y hasta patas de palo con las cuales los más astutos salían por las inmediaciones anunciando nuestro espectáculo. Hubo días en que mucha gente adulta asistió a nuestro improvisado circo. Reproducíamos muchas cosas que eran presentadas en los circos que dejaban recientemente la ciudad. Hasta montábamos un trapecio de muy mala calidad. Nuestra representación era hecha justo después de que el circo se iba.

La llamada era hecha con frases semejantes:

-¿Hoy hay espectáculo?, gritaba el payaso o algún otro anunciante.

Y los niños que acompañaban a la turba gritaban:

-Sí hay señor.

-¿Hoy hay mermelada? Sí hay señor.

El diálogo proseguía hasta que el anunciante decía:

-¿Y el payaso qué es?

Y entre risas y gritos todos decían:

-¡Ladrón de mujeres!

Venían circos sólo con payasos, piezas sentimentaloides y chistecitos picantes. Aunque también venían los circos de caballitos, como eran llamados, que traían muchos animales: desfilaban por las calles para llamar la atención con jirafas, osos y leones dentro de sus jaulas, y caballos adornados con acróbatas equilibrándose de pie sobre sus monturas. Hoy vemos cuánto sufrían esos animales. No había el menor cuidado con su higiene.

Muchos circos famosos pasaron por allá. Hay varias historias para contar. Pero aún tenemos que recordar a Madame Italia, los Payasos Pingolo, Pozoli y tantos otros que nos hicieron reír antes que llegara la televisión.

Pero el circo que marcó nuestra adolescencia fue el Circo Irmãos Elias. Fueron muchas las veces que aquel circo tan pobre y tan puro estuvo allá en el interior alegrando a tanta gente. Al comienzo tenían algunos animales, pero las últimas veces estaba reducido al gran payaso Delmário, su compañero Freitas, las hermanas Zélia y Priscila, dos morenas muy bonitas con un estilo hollywoodense, la primera con su acordeón Scandalli rojo alegraba a todos, y la segunda tenía la cara amarrada, era de esas mujeres que les gusta ser seducidas y hacía el papel de difícil en el teatro. El malabarista Jota Júnior, con el pelo para atrás tipo Mandrake, abrillantado, con dientes de oro a la vista y su chaqueta de lentejuelas verdes, lanzaba para arriba cinco botellas. Y una docena de familiares más que participaban de los sketches, piezas teatrales simplonas y algunas gracias casi sin gracia. Un número de gran éxito, punto alto del espectáculo, era el número de los trapecistas. Todos los niños se enamoraban de ellos.

Yo, mi hermana y mi sobrina participamos de muchos picnics con la muchachada del circo. Gente simple y muy honesta. Al final eran pocas las personas que pagaban la entrada. Todo el mundo era amigo de alguien de la tropa. ¿Quién no se acuerda de las gracias de Delmário? Todas las noches él comenzaba su espectáculo diciendo: “qué ganas de comer humitas”. Hasta que un día el Zé da Celsa do Jaci le pidió a su madre que le preparara humitas, llevó una al circo, y cuando el payaso profirió su discurso de todos los días, nuestro amigo salió corriendo con la humita en las manos. Esa noche la risa fue mayor. Y él pasó a decir “qué ganas de ganar un billete de mil”, astuto el payaso.

¿Quién no se acuerda de Gilbertinho, hoy, doctor Gilberto, que le pidió a su madre hacer una ropa semejante a la de Delmário y se presentó en un show en el Cine Teatro Marabá?

Para terminar su discurso, Delmário decía siempre:

-Para todas las mujeres, un abrazo bien apretado, bien agitado, y para los hombres… un poco más “holgado”. O la cancioncita que él cantaba y bailaba, cuya letra se quedó en la mente de todos los asistentes:

“Vecina allá de casa

Es una vieja solterona,

Y dice que está aprendiendo

a tocar un acordeón (“uma sanfona” en portugués):

El acordeón de la vieja

No para de tocar:

Ñeco, ñeco, ñeco,

La vieja es de amargar,

Ñeco, ñeco, ñeco,

Ella no para de tocar.

El acordeón de la vieja

Incomoda de hecho

El acordeón de la vieja

Me llena el zapato.

Un día pierdo la cabeza

Y tengo una idea

Agarro un cuchillo y

Rasgo el acordeón de la vieja.

Es eso todo el día,

El acordeón de la vieja

No sale de esa antipatía.

Ñeco, ñeco, ñeco,

La vieja es un fracaso,

Ñeco, ñeco, ñeco,

No sale de ese pedazo.

El circo quebró y la familia se quedó más de un año trabajando en la ciudad. Después se mudaron y Delmário tuvo éxito durante muchos años en la Radio Inconfidencia de Belo Horizonte, donde sonaba el programa “Delmário es el espectáculo”. El programa era transmitido en ondas cortas dirigidas para el interior. Recientemente tuve noticias de que los remanentes de esta familia pasaron a residir en la vecina ciudad de Pitangui.

También estaba la novela con capítulos diarios que en esa época también sonaba en la radio, principalmente en la Tupi del Rio de Janeiro. El mayor éxito que me acuerdo fue “El Derecho de Nacer”, pero en el circo fue “Sansón y Dalila”.

Hay algunos recuerdos más que quedaron. El primero es la impaciencia de los espectadores ante la demora del inicio del espectáculo. Ellos sólo comenzaban cuando se llenaba, y los altoparlantes insistían para atraer más gente. Cuando la impaciencia aumentaba, todos gritaban: “¡El payaso afuera!”, hasta que salía Zeca Trepa para entretener a la muchedumbre. De vez en cuando el circo presentaba a una dupla caipira que conocíamos gracias a los programas de la radio. Pero uno de los puntos altos era cuando tocaba la orquesta, todos rigurosamente vestidos con trajes. Apenas comenzaban, todos exigían la canción de más éxito, un tango brasileño de Mário Zan y Messias Garcia, “Capricho Cigano”, que ellos dejaban a propósito para el final. Cuando finalmente lo ejecutaban, todos se extasiaban.

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