La implacabilidad o no piedad
Una sensación de estar encorchado es experimentada por todo ser humano. Es un recuerdo de la existencia de nuestra conexión con el intento. Para los brujos esa sensación es aún más aguda, precisamente porque su objetivo es sensibilizar su eslabón de conexión hasta que puedan hacerlo funcionar a través de su voluntad. Cuando la presión de su eslabón de conexión es demasiado grande, los brujos la alivian acechándose a sí mismos.
Esto es implacabilidad: una total falta de piedad cuando el punto de encaje alcanza la posición llamada lugar de la no piedad. El problema que tienen los brujos para resolver es que el lugar de la no piedad debe ser alcanzado con el mínimo de ayuda posible. El maestro-brujo prepara el escenario, pero es el aprendiz el que hace a su punto de encaje moverse.
Tres clases de personas
Los acechadores que practican la locura controlada creen que en cuestión de personalidad, toda la raza humana entra en tres categorías. Los acechadores creen que no somos tan complejos como pensamos ser y que todos pertenecemos a una de las tres categorías.
Las personas de la primera clase son los secretarios perfectos, asistentes, compañeros. Tienen una personalidad muy fluida, pero su fluidez no es nutritiva. Sin embargo, son serviciales, preocupados, totalmente domésticos, disponen de recursos dentro de ciertos límites, son bien humorados, tienen buenos modales, son dulces y delicados.
En otras palabras, son las personas más simpáticas que alguien puede encontrar, pero tienen una enorme falla: no logran estar solas. Están siempre necesitando a alguien para que las dirija. Con dirección son perfectas, no importando lo difícil o antagónica que esa dirección pueda ser. Entregadas a sí mismas, perecen.
Las personas de la segunda clase no son nada de simpáticas. Son mezquinas, vengativas, envidiosas, celosas y auto centradas. Hablan exclusivamente sobre sí mismas y en general esperan que las personas se encuadren en sus patrones. Siempre toman la iniciativa aun cuando no se sienten cómodos con ella. Se incomodan profundamente en cualquier situación y nunca se relajan. Son inseguras y nunca logran ser agradadas; cuanto más inseguras se tornan, más desagradables se ponen. Su falla total es que matarían para ser líderes.
En la tercera categoría están las personas que no son ni simpáticas ni desagradables. No sirven y tampoco se imponen a nadie. Son indiferentes. Tienen una idea exaltada acerca de sí mismas derivada únicamente de divagaciones de pensamiento deseoso. Si son extraordinarias en alguna cosa, es en esperar que acontezcan las cosas.
Están esperando ser descubiertas y conquistadas, y tienen una maravillosa facilidad para crear la ilusión de que tienen grandes cosas en suspenso, que siempre prometen liberar, pero nunca lo hacen porque en verdad no disponen de tales recursos.
La ausencia de la auto importancia
El problema con nosotros es que nos tomamos a serio. Independiente de la categoría en la cual se encaja nuestra auto imagen, esto sólo importa por causa de nuestra autoestima. Si no fuésemos tan auto importantes, no importaría ni un poco en cuál categoría entraríamos.
En la ausencia de la auto importancia, el único modo de un guerrero lidiar con el medio social es tener una locura controlada: el único puente entre la locura de las personas y la finalidad de los dictámenes del Águila.
La técnica de la locura controlada
En el arte de acechar hay una técnica que los brujos usan mucho: la locura controlada. Según ellos, la locura controlada es la única manera que tienen de lidiar consigo mismos en su estado de consciencia y percepción expandidas, con todos y todo en el mundo de los quehaceres diarios.
La locura controlada es el arte del engaño controlado o el arte de fingir estar profundamente inmerso en la acción – fingiendo también que nadie pueda distinguirlo de la cosa real. La locura controlada no es un engaño directo, sino una forma simplificada, artística de estar separado de todo permaneciendo al mismo tiempo una parte de todo.
La locura controlada es un arte. Un arte que causa muchas preocupaciones, y muy difícil de aprender. Muchos brujos no soportan eso, no porque haya alguna cosa esencialmente equivocada con el arte, sino porque es necesaria mucha energía para ejercerla. En la edad en que llegamos a la brujería nuestra personalidad ya está formada, y todo lo que podemos hacer es practicar la locura controlada y reírnos de nosotros mismos.
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