Rendijas de solidaridad – parte 1 – Reencuentro

Publicado por Denise Paiva 26 de septiembre de 2012

1973 y 1974 – Declaración a la Comisión Memoria y Verdad

Reencontré a Gilney Amorim Viana en la abertura de la Conferencia Internacional Memoria: “América Latina en perspectiva internacional y comparada”, el día 14 de agosto del 2012, en la Pontificia Universidad Católica de Rio de Janeiro, PUC-Rio. Terminada la Conferencia Inaugural, abrillantada por Doudu Diène, Relator Especial de la ONU sobre formas contemporáneas de discriminación racial, xenofobia e intolerancia, entre 2002 y 2008, y coordinada por Paulo Abrão, Presidente de la Comisión de Amnistía de Brasil, pude abrazar a ese joven que todavía usa barbita, aunque ahora está blanca, flaco como antes, y que casi no cambió desde que lo conocí en 1973.

Compré allí, en la propia conferencia, su libro “Poemas (quebrados) de la cárcel” y le pedí que lo autografiara. Él terminó su dedicatoria…” en memoria de Linhares”, me abrazó con mucha emoción y dijo: “Tú, la muchacha que nos ayudaba en Linhares”, y me pidió que fuera a la Comisión Verdad y Memoria para dar una declaración sobre la red de solidaridad de Juiz de Fora a los presos políticos de la penitenciaría de Linhares, sobre sus acciones, sus integrantes, en fin, sus historias.

Nuestra Red

La primera persona que se me vino a la mente como integrante de la red fue Guto, Antonio Augusto Braga, que trabajaba en el Banco Mercantil de São Paulo. Era un soldado de resistencia democrática, lo que llamábamos hombre de tarea. Él hacía, no preguntaba mucho, de una extrema confianza, un amigo generoso.

Él cuenta:

“Un día, Geninho”, refiriéndose a mi fallecido marido y compañero Eugenio Paiva, “llegó y dijo que tenía una tarea para mí. Yo respondí, como de costumbre: ¡Aquí estamos! Él me invitó para un trabajo junto a los presos políticos”.

Y continúa:

“Mi primera tarea fue comprar unos libros de bolsillo, compré ZZ7, Hora H, Oeste Bravo y Mecánica Popular. Los libros eran regalos, un soborno elegante para los policías que custodiaban el Presidio de Linhares. Como trueque por los libros, ellos nos dejaban tener contacto y ayudar a los presos con artículos de higiene, golosinas, cigarros, libros, periódicos, etc.”

“El sábado, con un paquete de libros en el bolsillo, fue mi bautismo de presos políticos. Geninho me fue a buscar en su escarabajo rojo y fuimos a la Penitenciaría con una bolsa en la mano, y continué yendo allá muchos sábados.”

“Los libros acompañaron nuestra saga de solidaridad junto a los presos políticos de Linhares. Por discreción, deberían ser libros sin ningún contenido político de izquierda. Eran libros técnicos, de literatura, dramas de las guerras mundiales y de la guerra civil norteamericana”.

Orgulloso del éxito de la estrategia de soborno, Guto recuerda cuando llevó un libro de espionaje con una caratula bien sensual: “Gisele, la espía desnuda que sacudió Paris”.

Geninho y yo creamos una red de solidaridad con gente politizada, muy confiable y con un fuerte compromiso cristiano. Doña Leda Schmith, de la RC, Renovación Cristiana, recaudaba dinero, hacía compras y entregaba a la Hermana Terezinha de las Carmelitas Descalzas. El sábado, Geninho y Guto agarraban las bolsas en el Convento del Carmelo y las llevaban al presidio de Linhares. Cuando Geninho no podía ir, porque a veces trabajaba los sábados, Guto tomaba el bus en la Avenida Getúlio Vargas, con parada final en la Iglesia de Linhares y hacía el resto del recorrido a pie hasta la Penitenciaría.

Cuando llegábamos a la primera garita ya entregábamos de regalo un libro para el guardia. Cuando nos avistaban, los presos sacudían las manos y demostraban de lejos su alegría por nuestra visita. En esa historia de los libros hubo un trueque que me marcó para toda la vida.

En uno de esos sábados en que entregué la cesta de regalos, un joven preso de barbita me vino a recibir y en un gesto de agradecimiento, por entre las rejas, me dio un libro cuyo nombre era El Pájaro Pintado, de Jerzy Kosinski. Este joven se llamaba Gilney Amorim Viana.

Cuando llegábamos, la alegría era visible, los presos colocaban las manos para fuera de la ventana y cerraban los puños. Una escena inolvidable. Íbamos hasta el oficial de la Policía, quien traía otros policiales para fiscalizar las mercaderías que traíamos. En las bolsas siempre habían huevos y plátanos.

Juiz de Fora era muy frío y Guto se acuerda de haber comprado muchas frazadas para ellos. Las frazadas eran de la Fábrica São Vicente y tenían el sobrenombre de “pelea”, pues eran muy cortos, si se cubría la cabeza, los pies quedaban afuera y si se cubría un lado del tronco, el otro quedaba descubierto… realmente era una “Pelea”.

Cuando un preso era liberado y no tenía una familia esperándolo iba para nuestra casa, como fue el caso de Humberto Rocha, que acabó quedándose en Juiz de Fora por más tiempo para tratar las secuelas de salud provocadas por la brutalidad de las torturas que sufrió.

Parientes que iban a visitar a los presos se hospedaban en mi pequeña casa, en una villa, en calle Mamoré, número 5, en el Barrio São Mateus o en el Convento del Carmelo, con las Hermanas Carmelitas, como fue en el caso de Efigenia, entonces mujer de Gilney.

Las Carmelitas Descalzas, lideradas por la dulce y generosa Hermana Terezinha, se decían guardianas de la esperanza y de la fe. Efigenia tuvo su luna de miel con Gilney en Linhares y fue Guto quien la acompañó hasta allá para su noche de amor. Es linda y punzante la historia de Efigenia, que merecerá un capítulo especial.

Fueron muchos los que formaban la red de solidaridad a los presos políticos de Linhares: Sidvan, de la Vidriería Ganha Pouco, ayudaba económicamente a ojos cerrados; Cassadio, dentista simpatizante de COLINA, el Comando de Liberación Nacional, organización de origen de la presidenta Dilma, trataba de los dientes gratis. Heloisa Schmith, hija de doña Leda, fue la persona clave en las relaciones del grupo con el Convento del Carmelo y tuvo una relación de amistad muy estrecha con Efigenia, que duró mucho tiempo. Ellas tenían afinidades también por la actuación en el movimiento de mujeres en Minas Gerais y en Pará.

Itamar y Neide Bonfatti, del Movimiento Familiar Cristiano, fueron las almas de esta red y más allá de la ayuda y apoyo incondicional a nuestra causa, siempre promovían ceremonias en sus casas. Estos cultos, que contaban con la presencia a veces de Japi, a veces del padre Jaime, venían a reforzar nuestro compromiso político con la caída de la dictadura como profesión de FE.

Figura sin igual de conexión en esta red de solidaridad humana fue nuestro querido, recordado e inolvidable Chacrinha. Y así vamos recordando y contando historias, de anónimos que ayudaron a compañeros a resistir a la brutalidad del régimen militar en los idos años 70 en Juiz de Fora.

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