Por un nuevo Bolsa Familia – parte 3

Publicado por Denise Paiva 26 de febrero de 2010

Un solo párrafo recogido del Parecer de la Comisión de Asuntos Económicos del Senado Federal sobre la materia revela cuánto el Programa Bolsa Familia está a contramano del proyecto que tal vez lo haya inspirado y de los argumentos no conservadores que se tomaron la vida del Congreso Nacional en el inicio de los años 90, en el encaminamiento de la cuestión social.

Le correspondió al relator, el Senador Mauricio Correia, la expresión más singular de la conjunción e inter-relación entre renta mínima y crecimiento económico: “La renta mínima instituida por el programa tendrá, aún, un incremento real, en el mes de enero de cada año”, “igual al valor del crecimiento por habitante del Producto Interno Bruto del año anterior”, pág. 55.

Podemos inferir que el brasileño beneficiario del programa podría proclamar: vamos a aumentar el PIB y así podemos aumentar nuestra renta individual.

Es impresionante la actualidad de la opinión del entonces Senador por el Partido Democrático Laborista del Distrito Federal, después Ministro de Justicia y Presidente del Supremo Tribunal Federal. Su conclusión merece ser rescatada, debatida y encaminada como solución adecuada a los días de hoy, en especial a lo que acontece en Rio de Janeiro ya que fue postergada desde 1991:

“La Renta Mínima significa el aumento relativo del consumo en mercadorías y servicios populares, el estímulo para el crecimiento de la producción de sectores que absorben intensamente la mano de obra poco o no calificada y la creación de empleos para la propia clase más pobre.

Implantada cuidadosamente a los largo de 8 (ocho) años, la Renta Mínima significa la utilización de otros factores de producción que existen ociosamente en esta Economía.

Medio siglo fue la rapidez aplastante con que los países desarrollados redujeron en cuarenta puntos porcentuales la fuerza de trabajo en sus campos, como estimó Simon Kuznets, economista ruso naturalizado estadounidense, en su discurso al recibir el Premio Nobel de Economía en 1971. La estrategia de “Brasil Potencia” dobló criminal e irresponsablemente tal rapidez. Hoy se paga con la epidemia del crimen en nuestras grandes ciudades. La ceguera y la insensatez de algunos pueden llevarnos a mayores gastos policiales y a leyes más severas.

En esta dimensión, la Renta Mínima también significa solución. El ajuste gradual y suave de la Economía a los factores de producción que disponemos, ocurre con el estímulo para la permanencia o incluso la vuelta de la población más pobre a los pequeños centros. Es obvio, pues son en estos donde el costo de vida se muestra menor, o la transferencia de Renta Mínima posee mayor poder adquisitivo. Se crea empleo automáticamente en las regiones más pobres.

“Estamos convencidos de que la distribución del Programa no estimulará la ociosidad; al contrario: el beneficiario, disponiendo de condiciones mínimas, buscará mejorar su vida, haciéndolo a través del trabajo y de la asimilación de conocimientos. En este punto en particular, nos basamos en las informaciones de la Psicología al aseverar que las aspiraciones humanas son crecientes, inclusive individualmente.

Además, el proyecto en examen, aparte de ser inédito en su ingeniosidad, es un trabajo de los más serios, enfocado enteramente para el principio constitucional, introducido en el artículo 3º, III y de una viabilidad económica indiscutible”.

Un análisis del discurso de los senadores acerca del Proyecto de Renta Mínima es emblemático en el sentido de apreciar el pensamiento de la elite brasileña en relación a la transferencia de renta.

Llama la atención sin necesidad de análisis:

(1) En todo momento se pregunta cuánto del PIB va a gastarse y no se pregunta cuánto el PIB puede ser aumentado con este programa. Prevalece la noción de gasto y no de inversión, es decir, la mentalidad de la escasez en vez de la de abundancia.

(2) Grandes defensas aparecen en relación a la educación y formación profesional como alternativa a la renta mínima y no como esfuerzos complementarios;

(3) Muchas preocupaciones burocráticas, con los mecanismos de control y contraste de la elegibilidad;

(4) El posible financiamiento del programa de Renta Mínima con recursos venidos/derivados desde otros Programas Sociales, pudiendo comprometer el desempeño de los mismos o incluso implicar su extinción, causa escalofríos. Escalofríos que impiden un análisis más pulido de la mejor organización del Estado Brasileño para el enfrentamiento de las desigualdades sociales y regionales.

El Senador Bisol, del Partido Socialista Brasileño de Rio Grande do Sul, percibió que el proyecto del Senador Suplicy era el “tren de la historia” que pasaba como una posibilidad de cumplir el precepto constitucional dispuesto en el artículo 3º de Constitución Federal. Hizo una indagación histórica, cuando rebatía argumentos conservadores:

“¿Conservar qué? ¿Cien millones de pobres? ¿Para la riqueza de quién?”

Ciertamente el buen combatiente gaúcho no sucumbió ante el argumento racional y de contrapunto del senador Fernando Henrique Cardoso: “Nunca dejo de preguntarme cómo, y preguntarme de qué manera será posible llegar al objetivo. Hagamos una utopía realista”, (págs. 113, 117).

El senador del Partido de la Social Democracia Brasileña – PSDB paulista, con un raciocinio dialéctico poco común al de sus pares, aunque también a veces cartesiano, es lúcido en la defensa de ciertos programas como la merienda escolar y ayuda a crear un clima favorable para la aprobación del proyecto. Sus palabras, fueron al principio cuidadosas, pero en el desarrollo rumbo a una intervención final, que creo que debería quedar en los anales de la política social brasileña, mostraron una convergencia en lo mejor que había en el pensamiento nacional para la erradicación de la pobreza:

“…Abre un crédito de esperanza, mucho más que un crédito en dinero, y vamos a atender a los gestos de aquellos que quieren ir un poco más allá de una realidad tan dura y tan triste; vamos a votar a favor. El PSDB votará a favor de la materia” (Fernando Henrique Cardoso, pág. 118).

Fue un gran avance político y social que el primer proyecto de ley que el Partido de los Trabajadores aprueba en el Senado Federal haya sido el de la Renta Mínima.

Todavía en el análisis de los discursos de los parlamentarios se ve claramente la mudanza en el ADN de la propuesta. No más inversión sino gasto, razones de su postergación y mudanzas sucesivas en su concepción básica por acción del legislativo y del ejecutivo, circunscribiendo utopías nacionales impostergables a la moldura de un estado con vocación para continuar en la sala de espera del desarrollo y en las políticas sociales tradicionales. En la burocracia estatal no se moldeaba una ropa con otra hechura.

“¡Sin saber que era imposible fue allá e hizo!”. Esta lección no fue incorporada, era lo que necesitaba ser hecho y habría dado resultado, con certeza.

Tal vez la preocupación del Senador Suplicy en definir el “cómo” y no dejar la resolución de los aspectos operacionales para el poder ejecutivo haya servido de artimaña para que la ideología conservadora tomase las riendas del proceso.

Hasta hoy, en el titubeante Bolsa Familia, aprendiz del programa Renta Mínima, fueron hechas concesiones que acabaron comprometiendo su esencia en lo que se refiere a política económica de gran impacto, inclusión y transformación social. Concesiones que, dicho sea de paso, fueron moldeando el programa de transferencia de renta en Brasil  a los dictámenes de los organismos financieros, recrudeciendo su carácter asistencialista, minimalista y con una gestión que va a contramano del mundo del trabajo y del desarrollo económico.

El miedo de la pérdida del beneficio hace que el beneficiario huya como diablo de la cruz del mercado formal. Las condiciones de poner la responsabilidad del éxito escolar y de los cuidados básicos de salud y nutrición para la madre beneficiaria del programa hace que día tras día veamos de forma patética la transferencia de responsabilidad que les cabe a los agentes de educación y salud para los beneficiarios del Bolsa Familia.

La escuela tiene el deber de ser atractiva y el niño no puede estar movido por un interés no intrínseco a ella misma.

Los niños que no tienen un patrón nutricional deseable son los que más necesitan de los servicios sociales y no pueden ser “evacuados” del programa y de los beneficios como si ellos o sus familias fuesen responsables del fracaso de sus condiciones de sobrevivencia.

Todo se encuentra en la reedición electrónica que mantiene la herencia atávica de las políticas sociales en América Latina: programas pobres, sin perspectivas de emancipación para los pobres…

Las políticas económicas, cuando incluyen segmentos poblacionales que antes estaban excluidos pasan a ser, en esencia, políticas sociales.

La política de “renta mínima” debe ser vista como una política económica inclusiva y no una política social compensatoria.

El gobierno de Lula mejoró y unificó los programas de transferencia de renta creados por Fernando Henrique Cardoso, pero mantuvo la concepción elitista-controladora de reproducción-mantención de la pobreza y de no articulación con el mundo del trabajo y con el crecimiento económico.

Hoy cabe y urge un debate y un entendimiento nacional, supra-partidario, apropiándose de las conquistas y méritos del Bolsa Familia, pero fundamentalmente reorientando su filosofía y gestión sobre el escudo del presupuesto que le aseguren: emancipación, autonomía, desarrollo de la ciudadanía, articulación simbiótica con el mundo del trabajo, de la mejoría de la calidad de vida y de propulsión al crecimiento económico.

Errores y aciertos de los gobiernos anteriores y los principios básicos del Programa de Renta Mínima deben ser considerados, pero saltos de calidad se imponen, incluso porque un programa que alcanzó el nivel que tiene hoy, tiene secretos y lecciones que merecen ser desvendados, recreados y perfeccionados. Antes que todo el Bolsa Familia tiene un mérito que jamás le será arrebatado: enfrentó el preconcepto de que pobres no tienen derecho a la vida.

Brasil clama y merece avances, reconociendo las experiencias de un nuevo orden social inaugurado con la Constitución de 1988 y mostrando que hay nuevas formas innovadoras y corajosas de hacerse política social como palanca al desarrollo. Podemos incluso pensar en el retorno económico para los que reclaman de los impuestos que pagan y subsidian los programas sociales. Recordando al maestro de Economía Política, Michael Kalecki: “Los trabajadores gastan todo lo que ganan. Los capitalistas ganan todo lo que gastan”.

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