Actuar y Contemplar

Publicado por Carlos Bitencourt Almeida 10 de noviembre de 2011

Hay personas que son como cascadas. Se derraman sobre el mundo, hacen ruido, tienen una energía de auto-expresión clara, nítida y evidente. Son comunicativas, dinámicas, expresan sus opiniones, intentan imponer sus ideas, son agresivas o entonces alegres y expansivas. Tienden a gustar de sí mismos, a tener auto-confianza, les gusta comunicar, hacen propagandas con facilidad, les gusta estar en movimiento, actuar.

Otros revelan el tipo opuesto. Son como lagos. Más callados, reservados y receptivos. Tienen facilidad para oír, son más autocontrolados. A algunos les gusta el aislamiento, la soledad, son personas de pocos amigos. Otros son sociables, pero de un modo calmo y sosegado. Les gusta la compañía, son acogedores, gentiles y receptivos. Tienden a ser pacientes, meticulosos, trabajan en silencio, no buscan aparecer. En general tienen menos auto-confianza en la acción exterior, pero en compensación tienen más auto-consciencia. Evalúan más los efectos de sus actos sobre los otros.

El primer tipo tiende más a la acción, el segundo hacia contemplar. Si observamos nuestro acto de respirar podemos tener una imagen del significado de estos tipos. Cuando inspiramos, el aire penetra dentro de nosotros, nos alimenta, nos llena. El mundo viene hacia dentro de nosotros. Cuando soltamos el aire nos vaciamos, relajamos, derramamos sobre el mundo el aire que estuvo en nosotros. En el primer tipo, en el extrovertido, predomina la espiración, en el segundo, el introvertido, la inspiración. Casi siempre predomina en nosotros una de las dos tendencias. En otras palabras, se podría decir que somos un tanto unilaterales, desequilibrados. El exceso de introversión puede tornar a la persona en alguien demasiado tímida, medrosa, con dificultades de defenderse y expresarse. Frecuentemente la persona posterga la acción por las dudas sobre si ya sabe lo suficiente al respecto de lo que debe ser hecho. Puede pecar por omisión. El exceso de extraversión trae consigo el peligro de la arrogancia, del autoritarismo, de la auto-confianza excesiva. La persona actúa precipitadamente, escucha poco  y casi siempre cree que está en lo correcto. Existe el peligro de una carencia de su vida interior, de profundidad, de un aprendizaje a través de la vida. La persona quiere imponerse y es poco lo que asimila.

El equilibrio no vendrá naturalmente. Necesitamos querer y buscarlo. En el fondo de nosotros hay un anhelo por los dos modos de relación con el mundo y con las personas. Queremos recibir, comprender, sentir dentro de nosotros una vida interior, sentimientos intensos, pensamientos claros y auto-confianza. Por otro lado, tenemos  hambre de auto-expresión. Queremos ser comprendidos, ser capaz de realizar algo que otras personas puedan reconocer y recibir como valioso y bueno. Queremos influir, dejar nuestra marca individual sobre el mundo exterior.

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