XIV – Viviendo y Aprendiendo a Jugar

Publicado por Bill Braga 18 de enero de 2021

Daniel, mi amigo cautivo que estuvo conmigo hace poco no habla. Sabio, oye, mira hacia lo alto y ríe. Su diagnóstico dictado por los hombres de blanco debe ser autismo. Yo lo considero un gran astuto. No dice nada, pero oye todo a su alrededor, capta la energía de quien está cerca y se ríe irónicamente con una risa sabia. Dicen que nos dieron dos oídos para escuchar más de lo que hablamos, aunque no todos piensen en esto. Él es un gran amigo, un buen oyente, una óptima compañía. Jugamos buraco en la noche, él, las dos muchachas y yo, pero él sin duda es muy astuto. Antes de que él llegara, les contaba del momento en que apareció mi novia en mi cuarto de Belo Horizonte, antes de ser internado.

Su llegada me trajo una descarga emocional muy fuerte. Yo estaba en mi cama acostado, después de ya haber tomado unos veinte baños ese día, estaba con la luz apagada, ventana abierta, peleando contra las voces de personas queridas que porfiaban en torturarme. No aguantaba más jugar ese juego, no quería oírlas más, mi fatiga era inmensa, pero mi alma estaba perturbada y mi mente no se apagaba. Y así, ella llegó en este escenario, que no es por casualidad. La ventana era mi única comunicación con las voces, parecía que ellas entraban por ahí. Una luz en el edificio de enfrente me daba consejos, si ellas estaban de acuerdo o no con lo que yo hacía. La luz externa era una señal. Pero la luz interna de mi cuarto era una incomodidad, cualquier luz. Por eso, aun con la luz apagada, siempre estaba con mis lentes oscuros. Eran mi camuflaje contra mi propia familia, que no podía entender lo que pasaba.

Ella llegó defensiva, con una mirada muy debilitada. Cuando la vi, vinieron a mi mente flashes muy rápidos. Sandra, Tatiana, el Movimiento Gay Mineiro, Calabar. La avalancha de emociones y pensamientos del viaje que hice se descargó en mí. Me levanté, la abracé. La sentí helada, temblaba mucho, estaba con miedo, no lo lograba disfrazar. ¿Miedo de mí? ¿Miedo de algo que yo había hecho? ¿Miedo de contarme o de oír algo? El miedo paraliza, anestesia, y por más que intentemos no podemos contenerlo. Él se escapa a través de las pupilas, a través del temblor, aun siendo interno, y yo lo podía detectar. Yo lograba detectar cosas que nadie más podía. Y esto no era un don, era un peso.

Ella me abrazó, sentí no su cuerpo, sino su alma temblar, no su piel, sino su corazón sudar. Intentó conversar, no sé lo que dijimos. Sé que nos acostamos un poco lado a lado, pero no podíamos simplemente estar acostados al lado del otro. Había una tensión insustituible. Como si el instante se suspendiese, no poéticamente, sino con tensión en el aire.

La tensión sólo aumentó cuando fuimos al punto. No sé quién lo habló primero, pero llegamos al punto neural: la traición. Era un punto sin nudo, era tal vez lo que más me perturbó, los pensamientos, las emociones derivadas de esa palabra. Mi intensidad interna se elevó reactivamente. No, no la había traicionado, yo bramaba. Ella temblaba más, creo que lloraba, dejó escapar las lágrimas, que parecían ser ríos. No, y yo hablaba y oía a mi guía, Tatiana, que con su voz debería estar aconsejándome en algún lugar allá afuera. Ella me decía la psicología por detrás de las actitudes de mi novia y cómo lidiar con ellas. Pero yo no oía, yo sentía una descarga de celos, rabia y un sentimiento de haber sido traicionado.

Tú me traicionaste, tú me traicionaste, admítelo, le decía. Ella lo negaba, amedrentada. Yo le decía que ya sabía, que no podía esconderlo más, que era inútil negarlo. Su cuerpo la delataba, la ansiedad, las palabras que se escapaban por sus labios trémulos. Sí, tú me traicionaste, necesito saber con quién. Ella no abría el juego. Me agité, me puse nervioso, ¿cómo ella me negaba algo que yo noté tan claramente? Sí, ella me había traicionado. Después de que yo pensé en el acto de traicionar, pero me contuve, aun sin querer, recibía esa cuchillada, la certeza de la traición. No, yo no necesitaba de eso, ella tenía que abrirse, no había cómo entender. Comencé a enumerar personas, y en cierto momento me vino un insight, del porqué de tanto miedo.

Ella me había traicionado con otra mujer. Sólo podía ser eso. Ella lloraba, temblaba, lo negaba, me abrazaba. Era eso, estaba todo tan claro. La voz de Tatiana me confirmaba todo interiormente. Mi padre también, me consolaba. Yo tenía una verdad ahora muy clara, por más que todos aún me digan que nada de eso ocurrió, que todo estaba dentro de mí. ¿Proyecté en ella? Las verdades son tan fluidas como los puntos de vista.

Ella salió sin rumbo, yo me puse mis lentes oscuros, encendí mi música y volví a mi mundo. Más perturbado que antes, pero con una (in)certeza más. Ahora sólo me restaban las voces y mi hermano. Los otros, mi familia, mi novia, mis amigos, no podían entenderme. Ellos estaban en otro plano. Pero no me engañarían, y esa noche decidí intentar jugar su juego. Intentar fingir que no sabía sobre todo lo que mis sentidos me hacían saber.

Ahora mi madre llegó a la Pinel, es hora de entrar en el juego de ella y del Dr. Lucas, el hombre de blanco. Ellos no pueden trancarme por tanto tiempo, porque allá afuera hay gente que clama por mí. Ellos no perciben, pero un día me han de oír. Como dijo un personaje del cine, esta clínica me hace pensar: ¿Qué sería peor? ¿Vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno? Como dice Elis Regina en la canción de Guilherme Arantes: Viviendo y aprendiendo a jugar.

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