VIII – El Viaje Interior

Publicado por Bill Braga 30 de abril de 2020

Los días pasan, yo converso con Lucas (no es doctor porque todavía no hizo el doctorado) y nada cambia. Él permanece con su secura, creyéndose el señor de la verdad, y nada de dejarme salir de la Clínica Pinel. Pero hay todo un mundo esperándome allá afuera. Siento una necesidad de salir y disolverme en la masa humana que me espera allá afuera, en el caos urbano. Pero no, todavía quieren encerrarme. Sé que es porque no pueden soportar las verdades que oso decir y las ideas que oso pensar. Están más allá de lo que estos hombres de blanco pueden comprender. Pero mientras haya alguien del otro lado, aunque no sé bien para quién escribo, pero de aquí logro orientarme. Me acordé de mi música. La música fue mi refugio durante ese viaje. Estábamos yo, la música y la escrita en ese bus en que partí de Juiz de Fora rumbo a Belo Horizonte. Pero no sería un viaje simple, ni tampoco directo. Dentro de mi cabeza, ese viaje se expandió en el tiempo y en el espacio. Y el mayor viaje no era el que se hacía en el trecho Juiz de Fora – BH, sino ese que pasó por mi mente. La bomba que me torné finalmente explotó en ese bus.

Junto a mí embarcaron en ese bus mi padre, Marquinhos y Tatiana. Varias personas porfían en decirme que ellos no estaban ahí. Pero yo estoy seguro. En ese momento, para mí, ellos estaban presentes. Yo los oía claramente susurrar en mi oído, diciendo que me calme, llamándome, o reprimiéndome. Ella no. nunca me reprimía, siempre me acogía con sus tiernas palabras. Las otras dos voces parecían perseguirme. Eran ellas las que estaban orquestando ese viaje, las voces tenían el control del bus y del conductor. Yo no podía beber más café ni fumar cigarros, mi mente estaba a mil por hora. El bus partió, por suerte quedé solo con dos asientos para acomodarme. Las voces me comenzaron a molestar, hablaban demasiado alto, querían manipularme y manipulaban el viaje. Yo sabía que ellos no me dejarían salir de Juiz de Fora, ya que ellos intentaron impedirlo desde la venta del pasaje. Pero no lo lograron. Yo intentaba no oírlos. Pero ellos me perturbaban. Entonces decidí caminar por el bus, intentando encontrar dónde los dueños de las voces estaban escondidos. ¡Cómo eran viles!, ¡escondiéndose para intentar detenerme! Yo  tenía que encontrarlos. Y andaba a esa altura por el bus, de allá para acá, protegido por mis lentes oscuros, escuchando mi música en el PSP, blindándome de las personas que estaban ahí, siempre buscando el lugar desde donde ellos emitían las voces.

El viaje fue así. Por poco tiempo. Pararon el bus en el garaje y nos pidieron a todos que bajáramos. Yo no quería. Eso era un teatro armado para intentar impedir mi fuga de Juiz de Fora. Si yo bajaba no lograría volver al bus, sería abandonado allí hasta que me rescataran. Las voces se reían de mí, sentado, empacado en el asiento y oyendo a Zeca Baleiro. Por fin me convencieron que bajara y caminé por el garaje fumando un cigarro atrás de otro. Estoy seguro que volví al mismo bus y que no habían cambiado ninguna pieza. Logré engañarlos y seguiría mi viaje de vuelta a BH. También creía que había despistado a mi padre y sus acompañantes, que no paraban de atormentar mi mente. Pero no. Al poco tiempo en la carretera sentí todo de nuevo. Me perseguían, se reían. Pero no me daban libertad, pedían que volviera, me encontraban ridículo. Cuando quería esconderme de ellos iba al baño. Allá era el lugar seguro, donde yo me quedaba el tiempo necesario para sentirme mejor, para parar de oír. No la música, que siempre fue uno de mis refugios. Yo quería parar de sentir y de pensar. Mi cerebro comprimía la caja craneana, parece que el exceso de ideas y sentimientos se transbordaría. No me hubiese extrañado si mi cerebro se me saliese por los oídos. Cualquier cosa sería mejor que esa sensación. Volvía del baño más calmado, menos jadeante. Pero todo eso me cansaba, yo no podía desacelerarme. Slow down your minds. Y el ritmo de mis pensamientos dictaba la música, que de Zeca Baleiro pasó a Pink Floyd y Led Zeppelin. Como decía la canción de Pink Floyd: “The lunatics were in my head”.

En este momento descubrí la válvula de escape, la única forma de expresarme, de despejar mi torbellino interno, de transferir el peso de la avalancha que caía sobre mí. La escritura. En medio del viaje, con son psicodélico, encendí el notebook y comencé a escribir. No solo a escribir, sino a escribir y leer, quería que todos supieran lo que yo sabía, que me ayudaran a acabar con esa farsa de viaje, que me ayudaran a volver a BH, que estuvieran a mi lado. Escribí, leí, declamé, grité, di carcajadas para las voces de los que me amenazaban. La catarsis fue completa. Pero eso incomodó a todos en el bus, que no entendían y quedaron sorprendidos. El auxiliar del conductor comenzó a reprimirme. Me pedía que parara de gritar, pero a mí no me importaba. Él desafiaba mi imperio sobre mí, quería imponerme un comportamiento. Yo le decía en un tono bien alto: Púdrete, yo hago lo que quiero. Comenzamos a discutir y la cosa puede haberse calentado. No me acuerdo. Sé que una de las veces que volví del baño, mi PSP no estaba. Otra vez volví y apareció. Hay quien dice que volví a BH con la cara hinchada. Tal vez me agredió. No me acuerdo. No sé por qué no me acuerdo. Lucas no supo explicarme. Mi madre tampoco. Pero mi padre estaba allá, aunque me dice que no estaba. ¿Cómo que no estaba? Yo sentía su voz dentro de mí, resonando en mí al punto de no aguantar más oírla.

Por fin, después de la catarsis de la escritura-declamación, me dormí. Estas son algunas de las palabras que saltaron del corazón para el papel durante ese trecho, que parecía no tener fin:

“Pues la vida es más fácil y más tranquila para los felices. Por eso la felicidad me persigue como una golondrina que vuela bajo. Bajo pero cerca. Siempre cerca, intentando alcanzarme, pero sin nunca llegar. La felicidad está siempre alrededor nuestro. De nada sirve intentar escondernos de ella. Eso es imposible. Ella siempre nos quiere y nosotros la queremos. Pero ella nunca llegará si nosotros no la buscamos. Ella solo viene cuando nosotros queremos. Y la vida es eso mismo. Llegadas y partidas. Idas y venidas. Pero siempre continuamos… Al frente, eso debe ser una verdad. Pero andamos rumbo a lo incierto. Sin rumbo, perdidos. Sin padres, sin madres, sin mujeres, hombres, mulatos, negros, blancos, amarillos. Andamos sin rumbo, rumbo al infinito, permito el pleonasmo, pues es imposible no cometerlo. El fin de la vida, o de las cuentas, es siempre el miedo. La soledad. Pero siempre nos entristecemos con la posibilidad de la partida. De esta vida o de otra. Así nos enseñaron. Infelizmente tenemos que partir de esta para una mejor. O peor. O no. O Sí. La vida es siempre así. Triste y contenta. Dialéctica en los términos, pero práctica en la vida. Ella es así, pues fuimos hechos para amar. Todos y unos a los otros, sin miedo de sufrir o de herir, sin miedo de hacer lo que queremos, sin importarnos con los patrones que la sociedad nos informa. Eso es un hecho. (…). Hecha de padres e hijos, hecha de tensión, tesón, TESÓN. Eso es lo que nosotros queremos. Eso es lo que nos hace vivir. ¿Dinero?, ¿para qué? Podemos caminar, pensar, cantar, tocar, no tocar, o simplemente quedarnos solos. La soledad es algo angustioso, no debo esconderlo. Pero infelizmente la única manera de resolver nuestros problemas es estando solos. Me acordé de Guimarães Rosa, la cosecha es juntos pero desmalezar es solo. 

Nadie nunca podrá ayudarnos. Pues somos simplemente un hombre o una mujer. O tal vez somos todo eso junto, o separado, no sé. Somos hechos de polvo. Al polvo volveremos. ¿Tristes o felices? Depende de nosotros. Perdónenme el cliché, pero es así que funciona la vida, si es que realmente sé algo de ella, pues sólo soy solo un joven. Un joven como cualquier otro, pero que no sabe qué rumbo tomar. Por eso, te digo que hagas lo que tú quieres, pues todo está en la ley, otro cliché. Después de eso, si mueres, mi querido lector, si es que tú existes, seremos felices. ¿Dónde? En cualquier lugar que no sea aquí. Dónde estoy, cómo estoy, cómo hago las cosas. Pero eso son solo devaneos de un seudo poeta, falso moralista, intento de profesor e historiador de mala muerte. Pero en fin, haced lo que queráis y sed felices. (…) ¿Por qué?

Si dios existe él vive dentro de tu corazón. Y eres tú quien puede encontrarlo, de la forma que así lo entiendas. Cada uno dice lo que piensa. (…) Pero la vida es realmente dura. Nos resta la elección. Vivir o sufrir. Yo prefiero vivir siendo feliz. Cuando puedo. Cuando quiero. Cuando necesito. Cuando no se puede ser triste. La vida es un gran teatro en que todos somos actores. Actores de la Divina Comedia Humana, en que Dante no existe, desde que tú no quieras. Todo depende solo de una única persona. Tú. ¿Yo? No soy nadie. Como diría mi tocayo, aquél que llaman el Pensador, yo soy mendigo, indigesto, indigente, indolente, vagabundo. Yo soy el resto del mundo. Y tú que haces para cambiar tu mundo? Creas sirenas y animales imaginarios o simplemente no haces nada. Si logras ser uno de esos, yo simplemente lo admiro. Pues a qué mortal le gustaría trabajar arduamente de lunes a lunes y tener que escribir esas tristes páginas para desahogar un problema tan común en la vida de los otros. Pero en fin, eso hace parte de la vida. Vívela intensamente a cada millonésimo de segundo, pues pasa rápida y el conductor no para el bus. Ay ay…”

Me dormí y cuando abrí los ojos, pensando que estaba de vuelta en Juiz de Fora, llegaba a Belo Horizonte. Terminaba el viaje sin fin del bus, continuaba otro viaje interior que me llevaría rumbo a la Clínica Pinel.

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