I – Memorias Inconexas

Publicado por Bill Braga 27 de septiembre de 2019

Desperté sin saber dónde estaba. En realidad percibí que me quedé durante un tiempo sin consciencia de mí. Algunos recuerdos huidizos, desconectados, nada que me ayudase a percibir lo que ocurrió. Estaba en un cuarto con dos camas vacías. Yo dormía con un colchón en el suelo y las camas a mi lado. Un baño y un armario. Ciertamente no estaba en una prisión u hospital. No sabía que era una mezcla de los dos. Vi que la televisión que estaba en mi vieja habitación estaba ahí, el DVD también. Pero estaba un tanto aturdido. Sentía mi cuerpo pesado. Intenté andar, mis piernas pesaban toneladas. Fui al baño. Un baño a veces puede resucitar a un difunto, o semi-difunto, como me sentía. Nada de mejorías. ¿Qué diablos habían hecho conmigo, y qué fue lo que hice para quedar en ese estado deplorable?

Mientras me perdía en divagaciones se abrió la puerta del cuarto, surgió una joven simpática vestida de blanco. “Buen día, ¿durmió bien?”, preguntó. Ella aún no había percibido que yo estaba consciente, por eso se asustó con mi reacción indignada. Indagué dónde estaba, quién era ella, por qué yo estaba allí, cómo lo haría para salir. Ella, percibiendo la gravedad de la situación, me pidió un minuto, que traería a alguien capaz de explicarme la situación.

Llegó un hombre vestido de blanco, de cerca de cincuenta años de edad, aire y semblante serios. Comencé a quedar desorientado, hablando y preguntando sin parar, diciendo que quería salir de ahí, queriendo noticias de mi familia. Me sentía abandonado, en un local extraño, con mi cuerpo pesando y con dificultad de raciocinio. No lograba encadenar las frases y pensamientos. Él observaba mi reacción pacientemente, esperando el momento oportuno para intervenir. A su debido tiempo comenzó a explicar. Dijo que yo estaba de esa forma debido a algunas medicaciones, pero que no podía agitarme. Yo estaba ahí porque era lo mejor para mí, todos estaban queriendo ayudar, incluyendo mi familia que me había traído a la clínica. Al final exigió que me tomara una medicación para calmarme. Como expresé mi intención de rechazarla, él dijo que en caso de que yo no la tomase, sería nuevamente vía inyección.

Todo eso fue una tempestad de informaciones en mi mente. Yo sé que nunca fui de las personas más comunes, podía incluso tener algunos problemas psicológicos-psiquiátricos, ¿pero ser internado en una clínica psiquiátrica? Era mucho para que yo pudiera entender. Y no me acordaba de los motivos, no me acordaba de lo que hice, sólo sentía un cansancio tremendo. La idea de la inyección parecía un trauma. Me aterroricé y decidí tomar media docena de comprimidos. Le pedí al médico, el doctor Lucas, que me explicara todo muy bien porque necesitaba entender. Él dijo que entendería cuando tuviera una consulta con él, en breve, pero que ahora él necesitaba atender a otros pacientes. La enfermera, Valeria, una de las que pasaba las noches velando mi sueño, también se despidió de mí diciéndome que me quedara tranquilo, que iba a acordarme de todo. Me dijo cariñosamente que si necesitaba algo ella estaría al lado.

En una situación normal, aquella dulzura y cariño me tocarían, pero justo después de descubrir que yo estaba internado sin saber con qué problema, con mis sinapsis lentísimas, la sensación de quedarme solo en ese cuarto me causó espanto. La soledad es algo horrible cuando estamos sin suelo. Es la lógica del abandono. No nos sentimos humanos, nos sentimos un problema. Problema con el que nadie parece querer lidiar, ni los médicos, ni las enfermeras, ni la familia. Con gran dificultad de pensamiento me preguntaba dónde estarían mis familiares. ¿Me habrían abandonado allí, simplemente, esperando que yo me curase?, de qué mal yo aún no sabía. Yo tenía una novia, de eso me acordaba. ¿Ella habría consentido esa decisión absurda, abandonándome ahí junto a quién sabe qué especies de locos? Pensé en mi hermano menor. Él debe estar entendiendo menos que yo todo lo que ocurre, aunque ya tiene edad para tener alguna idea. ¡Cómo debe sufrir! Él debería ser un aliado para sacarme de aquella situación. ¿Pero cómo contactarlo? Vi que en la mesita de noche estaba mi celular. Pensé en llamar a alguien. Mi padre, mi madre, mis hermanos, mis abuelos, alguien tenía que darme una explicación plausible. Decidí descubrir qué más había en ese cuarto-prisión.

En la heladera, jugos de uva y yogures. Alguien que conocía muy bien mi gusto había dejado eso ahí para mí. Si hubiese una cervecita la habría abierto en ese momento. Pero probablemente todos esos remedios no me dejarían disfrutar de los placeres del alcohol. También en la mesita de noche había un libro de poesías de Vinicius de Moraes. Ese libro despertó una serie de memorias que esbozaban todo lo que había ocurrido. Junto con el libro estaba mi Playstation Portátil, PSP. Una avalancha vino a mi mente… Mucha información al mismo tiempo, no lograba absorber todo, entonces decidí tomar otra ducha. No habían pasado siquiera treinta minutos del primero. La cantidad de baños es un indicio. Indicio de que estaba cerca de descubrir algo.

Durante el largo baño la tempestad de recuerdos e ideas, brainstorm, continuó acelerada, aún con lo lerdo de mi cerebro, probablemente afectado por los remedios. Un viaje a Rio de Janeiro. Después, Juiz de Fora. Una fiesta. El insomnio. La novia y los pensamientos infieles. La Musa Inspiradora. Fragmentos de mi propia historia que, al mismo tiempo que me aturdían, traían algún sentido a aquella situación. Fui interrumpido de mi exorcismo interno. Mi madre llegó al cuarto. Un alivio. No estaba del todo abandonado. Tal vez ella me ayudase a ligar los eslabones fragmentarios de mis memorias. Necesitaba tejer las telas del sentido de esa experiencia, incluso para poder ayudar a que me ayudaran.

Vi la mirada afligida de mi madre. Ella percibió que nuevamente me duché con mi bermudas. Ya me había dicho que parara de hacer eso. Pero aún mojado le di un abrazo emocionado. Nunca había sido tan bueno encontrarla. El cariño y la emoción de ese encuentro, contagiaron de esperanzas esa mirada triste y maltratada de mi madre. Ella me abrazó, y al ser bombardeada de preguntas, se aguantó las lágrimas que porfiaban en saltar de sus ojos, para intentar explicarme lo más calmamente posible la situación en que me encontraba, y los motivos de las actitudes que ella tomó, como internarme ahí.

No fue un diálogo fácil. Aunque yo había encontrado algunas memorias perdidas, ellas aún no tenían una lógica, ni se figuraban para mí como causas de algún mal psiquiátrico. En realidad yo me creía siempre el señor de la verdad, por más que no recordara ni siquiera la mitad de lo que había ocurrido. Aparte de eso, tenía una actitud agresiva, condenadora, indagando cómo ella fue capaz de hacer eso conmigo, dejarme allí solo, en medio de locos. ¿Ella creería que yo era como los otros? Drogados, esquizofrénicos, maníacos o depresivos? Ella intentaba esquivarse, intentando traerme a la realidad, evocando mis recuerdos y algunas de mis actitudes. Aun así todo estaba confuso para mí. Todavía hoy lo es. Incluso con el tiempo, algunas preguntas permanecen sin respuesta. Tal vez nunca encuentre las respuestas. Son preguntas que nos mueven, las respuestas pueden estancar. Y en ese momento en que pensaba tener de vuelta la consciencia de mí, todo lo que quería era preguntar y ser respondido. Pero aún no era la hora, no estaba con la persona adecuada para satisfacerme. Percibí eso y como vi que ella se iba, pregunté por mis hermanos, mi novia, mi padre. Todos estaban bien preocupados. Mucho. Vendrían a visitarme cuando fuese posible, mis amigos también. Fue un arrullo para mi corazón. Realmente no estaba solo en ese lugar inhóspito. Era una cosa pasajera, ahora imaginaba que estaba bien, luego vería a todos y todo volvería a su lugar. Yo ni me imaginaba las dificultades que me esperaban. Como dijo el poeta, son las piedras que encontramos al medio del camino las que valorizan la caminata.

Comencé a restaurar en mi mente lo que había ocurrido. En realidad intentaba buscar mi yo, restaurar mi identidad que había sido fraccionada. Tenía en esa época veintitrés años recién cumplidos.

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