Yo, Jonás

Publicado por Antonio Carlos Santini 11 de octubre de 2013

Dicen las Escrituras que cierto profeta – Jonás era su nombre – fue lanzado al mar y una ballena lo tragó.

Los exégetas protestan. Dicen que jamás existió un profeta con ese nombre. Que la página es de ficción. Ficción bíblica, pienso yo. Pero el profeta estaba allá. En las tripas del pez.

Los biólogos protestas. Afirman que la garganta de las ballenas es un pasaje muy estrecho, un auténtico gollete, por donde jamás pasaría un profeta. Aunque haya hecho un ayuno extremo o nacido en tiempo de vacas flacas. Ballenas y cachalotes (garantizan los técnicos) se alimentan de krill, minúsculos habitantes de las corrientes marinas. Nunca de profetas. Si fuese un gran pez, estaría todo bien. Pero nunca una ballena.

Bueno. Acepto lo de la ballena. Conservo el profeta. Y pido permiso para recomenzar mi crónica. Dicen las Escrituras que cierto profeta – Jonás era su nombre – fue lanzado al mar y un gran pez lo tragó. Si no fue un gran pez, puede haber sido otro animal, un grifo, un dragón marino o una anguila gigante. ¿O quién sabe, el propio Behemoth? ¡Tal vez el temible Leviatán! Monstruos marinos mitológicos.

Mi nietecito me interrumpe:

– Abuelo, ¿por qué el profeta fue lanzado al mar?

Mira… los niños no deberían entrometerse en historias dirigidas a gente grande. No importa el motivo de la zambullida de Jonás. No importa si se zambulló por desobediencia a los designios del Señor Yahweh… O en un intento disfrazado de suicidio… O por la superstición de los navegantes en medio de una tempestad… Lo que nos interesa es que él se zambulló. ¡Está escrito!

¿Dónde él estaba? ¡Ah! Sí… Dicen las Escrituras que cierto profeta (ya no necesito decir su nombre, ¡menos mal!) fue lanzado al mar y terminó en el túnel oscuro de las entrañas de un gran pez. O un mamífero descomunal, como los que fueron fotografiados por Américo Vespucio y Vasco da Gama en sus viajes marítimos. Ciertamente, no fue el gigante Adamastor, que aparecía en el rodaje de “Os Lusíadas”, la primera superproducción de la moderna narrativa de entretenimiento.

Pienso que escuché algunas risitas de burlas. Algún racionalista, seguro. Puedo ver con los ojos de la imaginación, el brillo impecable de su dentadura. Los racionalistas suelen cuidar muy bien de sus dientes. Al final, pueden necesitar morder a alguien.

Con burlas y todo, sigo adelante. Sí. Yo creo que el profeta Jonás pasó tres días enteros en la barriga del animal. Él podía palpar la vesícula biliar del bicharraco. Estaba al alcance de su indicador derecho. Si lo apretaba con fuerza le provocaría cólicos al pobre. Arriba, podía percibir el pulso cardíaco de la fiera. Sístoles. Diástoles.

Y Jonás tuvo tiempo de sobra para preguntarse sobre el sentido profundo de esa experiencia: “¿Para qué, al final de cuentas, estoy en este lugar? ¿Para qué estoy aquí en las tinieblas, confinado en este cuarto oscuro, con ataques de claustrofobia? ¿Qué lección me reservó la Divina Providencia?”

Es lógico que un profeta debiera creer en la Divina Providencia. Tanto así que él se pone a rezar en la barriga del monstruo. Viendo sus largos cabellos intercalar a los sargazos del fondo del mar, Jonás decidió orar. “En mi aflicción, invoqué al señor, y él me oyó. Del medio de la morada de los muertos, a vos clamé, y oísteis mi voz. Me lanzaste al abismo, en el medio de las aguas, y las olas me envolvían…”

*   *   *

Todos saben el final de la historia. Al tercer día, el bicharraco vomitó al profeta en la playa. ¡Está en el grabado de Gustave Doré! Sano y salvo, Jonás tuvo coraje y fue a cumplir la misión que Dios tenía para él.

El lector se pregunta: ¿y yo qué tengo que ver con eso?

Yo soy obligado a responder: “Amigo lector, aprenda con el profeta. Estamos aquí en este mundo exactamente como Jonás en el vientre de la ballena. Cercados de tinieblas, el espacio no es amplio, fuimos zambullidos en este fondo. Pero no vamos a perder la esperanza. Un día seremos vomitados. Entonces volveremos a la vida”.

¿Entendió? No es platonismo, ¡no señor! Es la evidencia inmediata. No tiene sentido “vivir” en este mundo loco, terriblemente tenebroso, más constrictor que la garganta de la ballena. De paso, son los compañeros de viaje los que nos empujaron hacia el fondo. Esto sólo tiene sentido si viene seguido de un gran vómito.

Una vez vomitados, viviremos para nuestra misión. Así fue con Jonás…

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