Visita al purgatorio

Publicado por Antonio Carlos Santini 4 de abril de 2014

El otro día, ya era de madrugada, y soñé con el purgatorio. Llegué de una reunión muerto de hambre y terminé yendo más allá de lo que debería haber sido una leve merienda. Creo que comí unos torreznos deliciosos, tostaditos, ¡divinos!

Bueno, lo que importa es que el purgatorio estaba ahí, bien cerca. Decepción: no vi ningún fuego. Sólo vi gente inmersa en el trabajo, frentes sudadas, camisetas y vestidos empapados de sudor. Hasta reconocí algunas personas, como la finada vecina. Doña Hercília.

– ¡Dios mío! ¿Usted por aquí?

– Soy yo misma, hijo mío…

– ¡Pero usted rezaba tanto! Misa, rosario, y los nueve primeros lunes…

– Es verdad, vecino, recé mucho… Pero tuve otras fallas…

– ¡¿Fallas?!

– Sí. Yo tenía la manía de dejar las llaves abiertas mientras lavaba la ropa y los platos. Por eso estoy aquí…

– ¿Hace cuánto tiempo?

– Desde que Brasil perdió la Copa del Mundo para Uruguay. Creo que fue por el año 1950…

– ¡Cielos! ¡¿Una pena tan larga por un crimen tan pequeño?!

– ¡Nada de eso, vecino! Dejando las llaves abiertas, desperdicié un rico don de Dios: el agua. Al mismo tiempo, aumentaba la cuenta que mi pobre marido tenía que pagar. Y viendo la cuenta tan alta, él se enojaba, bufaba y hasta maldecía. ¡Una vez le dio un golpe a la mesa y se quebró el meñique! ¡Pobre!

– Yo no había considerado la cuestión por ese ángulo…

– Y hay más: el agua que yo desperdiciaba era exactamente el agua que dejaba de llegar a lo alto del cerro, donde vivía doña Sebastiana. La infeliz tenía que bajar y subir el cerro con una lata de agua en la cabeza varias veces por día, sólo por mi culpa… ¡Realmente yo merezco esta corrección!

– Sí doña Hercília, las personas allá en la Tierra necesitan saber de esas cosas…

¡Ah! ¡Eso necesitaban! Y sin hablar de los compañeros que conviven conmigo por aquí: gente que lanzaba cáscaras de plátano en la calzada, un profesor que no preparaba sus clases, un sacerdote que aprovechaba la hora del sermón para contar chistes y distraer al rebaño de las cosas espirituales…

– ¡Ufa!

– Hay algunos choferes de buses que manejaban acelerando y frenando, un panadero que mezclaba harina de mandioca en la masa del pan, un diputado que iba a la playa con el carro oficial…

– Pero doña Hercília, ¡así no se escapa nadie!

-Escapa, vecino: allá abajo, en el infierno, hay mucha gente que escapó de aquí…

Me desperté sudando, con un dolorcito de cabeza en la penúltima curva de la piamadre. Tuve que ir a la cocina y beber un vaso de agua. Me demoré en dormirme de nuevo, mientras las lechuzas piaban afuera. Me juré a mí mismo que nunca más comería torrezno a la hora de acostarme.

EN TIEMPO: Sólo ahora estoy percibiendo que no vi a nadie en el purgatorio por causa de la gula. ¿Dónde será que están los gulosos del mundo?

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