¿Quién tiene miedo de Dios?

Publicado por Antonio Carlos Santini 28 de junio de 2011

La intimidad intimida. Aproximarse es correr riesgos. Quedarse lejos es siempre más seguro que arriesgar un contacto…

No fue sin motivos que tantas veces hayamos sentido miedo de Dios. Desde los tiempos de Júpiter Tonante hasta el Dios del Sinaí, el pueblo temía y temblaba delante de las volcánicas manifestaciones de la divinidad. Y el dicho latino lo confirma: “¡Procul a love, procul a fulmine!” (¡Lejos de Júpiter, lejos del rayo!) Siendo así, cuanto más lejos, mejor…

A lo largo de los meandros de la Biblia, cuando los mensajeros divinos van al encuentro de los hombres, siempre asustados, el diálogo comienza habitualmente por una frase tranquilizadora: “¡No temas! ¡No temáis!” Fue así con el viejo Abraham (Gn 15,1). Fue así con la Virgen de Nazaret (Lc 1,30). Fue así con los somnolientos pastores de Belén (Lc 2,10).

Es curioso cómo los vocativos que inician nuestras oraciones terminan por denunciar nuestra intención de permanecer a la distancia: Señor (Vocativos de los siervos y esclavos), Dios (genérico inofensivo), Dios Todopoderoso (título que mantiene el “Tú” divino en territorio seguro, muy por encima de las constelaciones y de las nebulosas).

En el polo opuesto, el Hijo encarnado llamaba a Dios de “Abbá”, el término arameo típico del lenguaje de la niñez, que traducimos ordinariamente como Papá, Papi, pero aceptaría alguna versión aún más ingenua e intimista: Papito o Papacito… Cosas del lenguaje infantil que los niños más crecidos evitan para demostrar su independencia y autonomía…

Los maestros espirituales – con especial destaque para la inteligente Teresinha de Lisieux – no se cansaron de apuntarnos el camino de la “infancia espiritual”, donde no cabe ninguna mancha de jansenismo y la humana miseria es simplemente ahogada en el océano de la misericordia… Los pequeños se alegran con esa información.

Aun entre religiosos y miembros del clero, he percibido las frecuentes reacciones de defensa cuando se propone una actitud de intimidad con Dios. Salvo mejor juicio, se trata de una enfermedad de afectividad, tantas veces recalcada cuando tememos que la inundación del amor nos robe el control de la propia vida, comenzando por los sentimientos y emociones.

Pues bien, la Alianza de Dios – la nueva y eterna Alianza – con los hombres fue finalizada en plena Pasión. No admira, pues, que el poeta lírico haya escrito las palabras de la letra que cantamos distraídamente en nuestras celebraciones: “Un Dios apasionado me busca a mí y a ti…”

Cuando Dios comienza a rondar nuestros pasos vacilantes, nos sentimos amenazados y preferimos huir. Jonás en el desierto, tememos cualquier interacción más íntima, sin títulos y sin máscaras. Isaías en el Templo, sólo la brasa de un serafín llegará a encender una pasión en nuestro interior.

Definitivamente, la intimidad intimida…

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