Juan Pablo II y las universidades católicas

Publicado por Antonio Carlos Santini 1 de octubre de 2012

 

Mientras más pasa el tiempo, más crece ante nuestros ojos la figura admirable de Karol Wojtyla, el papa polaco, ahora beatificado y a camino de la canonización. Nadie duda de esto: el siglo XX nos ofreció un notable espectáculo de santidad, pasando por la madre Teresa de Calcuta, el hermano Roger Schütz y Juan Pablo II.

Cada santo ofrece una o más facetas de las virtudes de Cristo. El amor por los pobres fulgura en Teresa. El llamado a la unidad resuena en el hermano Roger. En Juan Pablo II el diamante tiene varas caras. Dios se esmeró en la lapidación. Un impulso misionario, el brillo de su intelecto, fidelidad doctrinaria, dedicación pedagógica, visión universal – numerosos trazos de Cristo, maestro y pastor. Sin embargo, es en el sufrimiento que el beato Juan Pablo más se adhiere a Cristo. Entre sus dolores está la cruz de la universidad católica…

Wojtyla manifestó gratitud por su pasaje por la universidad: “Durante largos años yo mismo hice una experiencia benéfica, que me enriqueció interiormente, de lo que es propio de la vida universitaria: la ardiente búsqueda de la verdad y su transmisión abnegada a los jóvenes y a todos aquellos que aprenden a raciocinar con rigor, para actuar con rectitud y para servir mejor a la sociedad humana” Ex Corde Ecclesiae, 2.

Igualmente, él apreció el trabajo de los docentes católicos: “Su misión de académicos y de científicos, vivida a la luz de la fe cristiana, debe considerarse preciosa para el bien de las universidades donde enseñan. Con efecto, su presencia es un continuo estímulo a la búsqueda abnegada de la verdad y de la sabiduría que viene de lo Alto”, Ídem.

Al ver, por aquí y por allá al racionalismo y al laicismo invadir espacios que deberían ser típicamente eclesiásticos, Juan Pablo II acentuaba la centralidad de Cristo en la universidad católica: “Guiados por las contribuciones específicas de la filosofía y de la teología, los estudiosos universitarios deberán empeñarse en un esfuerzo constante en el sentido de determinar la posición relativa y el significado de cada una de las diversas disciplinas en el cuadro de una visión de la persona humana y del mundo iluminada por el Evangelio, y , por lo tanto, por la fe en Cristo, Logos, como centro de la creación y de la historia humana” Ídem, 16. He aquí la lección del papa: sin Cristo en el centro, la universidad católica se torna excéntrica. Fuera de su lugar.

En realidad, el deseo y la aparente necesidad de obtener aprobación y reconocimiento de las autoridades gubernamentales acabaron por inducir a los institutos católicos a admitir docentes completamente extraños, cuando no hostiles a la iglesia, a su doctrina y a su visión de mundo. Pasaron a contar los diplomas, los títulos, los doctorados y los textos publicados, y no el alineamiento con la fe y la doctrina.

En el ítem 27 de la Constitución apostólica Ex Corde Ecclesiae, de agosto de 1990, Juan Pablo II escribía: “Afirmándose como universidad, cada universidad católica mantiene con la iglesia una relación que es esencial a su identidad institucional. Como tal, ella participa más directamente en la vida de la iglesia particular en la cual tiene sede, pero al mismo tiempo, y siendo inserida como institución académica, pertenece a la comunidad internacional del saber y de la investigación, participa y contribuye para la vida de la iglesia universal, asumiendo, por lo tanto, una ligación particular con la Santa Sede en virtud del servicio de unidad, que es llamada a realizar en favor de toda la iglesia”.

Claro que no se trata de una mera simpatía o de un educado clima de buenas relaciones, sino que es una cuestión de pertenencia y filiación. Él prosigue: “De su relación esencial con la iglesia derivan consecuentemente la fidelidad de la universidad, como institución, al mensaje cristiano, el reconocimiento y la adhesión a la autoridad magisterial de la iglesia en materia de fe y moral. Los miembros católicos de la comunidad universitaria, por su lado, son también llamados a una fidelidad personal a la iglesia, con todo lo que eso significa. De los miembros no católicos, en fin, se espera el respeto del carácter católico de la institución en la cual prestaban servicio, mientras la universidad, por su lado, respetará su libertad religiosa”, Ídem.

Karol Wojtyla se fue. Seguro que estará rezando junto al trono del Cordero. Pero dudo que haya dejado de sufrir…

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