Indiferentes, simpatizantes, testigos…

Publicado por Antonio Carlos Santini 27 de mayo de 2014

Tengo el hábito de contemplar a las “personas de la Iglesia” – en la expresión de Jaques Maritain – y comparar los varios tipos de hombres y mujeres bautizados. Son varios, por cierto, pero destaco tres de ellos: los indiferentes, los simpatizantes y los testigos.

Es bien numeroso el primer grupo. Mirando de lejos, nadie diría que un día esas personas fueron zambullidas en las aguas del bautismo cristiano. Su día a día es idéntico a las de un pagano: comer, dormir, trabajar. No van a la iglesia, no rezan en casa, no reaccionan a la guerra de los medios de comunicación contra la religión. Si la torre de la iglesia matriz toca el Ave María en un bello atardecer, ellos jamás sentirán el más leve de los escalofríos. Son indiferentes…

El segundo grupo también cuenta con muchos miembros. Estos ya comparecieron a la misa dominical, sintiéndose en casa y cantando a plenos pulmones himnos y cánticos. De hecho, están en fiesta. Si dependiese de ellos, el abrazo de la paz tendría quince minutos de duración. Triduos y novenas siempre cuentan con su presencia. Si hay kermesse o tiendas, siempre cuentan con su presencia, entre sonrisas y pasteles. No pierden una procesión, entran en la manifestación de San Cristóbal y acompañan festivamente la cabalgata de San Sebastián.

Es bien verdad que raramente leen la Sagrada Escritura, aquel bello libro que queda en el estante de la sala, siempre abierto en el Salmo 90, para espantar al diablo. No participan del círculo bíblico por absoluta falta de tiempo. Además, coincide con el horario de la novela, lo que es imperdonable. Retiro espiritual, ¡ni pensar! De cualquier modo, ¡son muy simpáticos!

El tercer grupo es muy reducido. Pero existen, sí, los testigos, cuya vida es un Evangelio pasado a limpio. Puede ser incluso que su modo de vivir provoque extrañeza e interrogaciones, o tal vez críticas y condenaciones.

Es el caso de mi amigo Tônio, de Petrópolis, que abandonó su profesión para fundar la Comunidad Jesús Menino, donde ya fueron acogidos más de cien niños deficientes físicos y mentales, todos adoptados por él.

Otro testigo del tercer grupo puede ser mi “hijo”, Paulo Simonetti – “Paulão”-, a quien podríamos encontrar en la favela, entre recolectores de basura, o en la cárcel de alta seguridad, cantando y predicando el Evangelio a los detenidos. Me acuerdo que él un día estaba de novio, y a la mañana siguiente pidió la renuncia en el banco donde trabajaba para tener tiempo libre para evangelizar.

Es también el caso de las centenas de jóvenes – muchachos y muchachas- que dejaron la familia, empleo y universidad para adherirse a la Comunidad Alianza de Misericordia, donde se dedican a cuidar de huérfanos, ancianos, dependientes de drogas, prostitutas, y otros abandonados del sistema. O aquellos equipos que visitan los hospitales para consolar a los enfermos, rezando con ellos y llevando siempre una palabra de esperanza.

Claro, la vocación que ellos escucharon y acogieron suele tener consecuencias prácticas: una vida simple, sobria, de sacrificios y renuncias. Ellos entendieron desde el inicio que no es posible seguir a Jesús sin abrazar la cruz. Y es lo que hacen.

Mientras exista el tercer grupo, no faltará quien dé testimonio de que Jesucristo resucitó de verdad…

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