El dedo de Dios y el dedo de los hombres

Publicado por Antonio Carlos Santini 20 de mayo de 2013

La mano humana es una de las maravillas de la creación. Sus dedos son muy útiles. El anular carga el anillo, símbolo de autoridad. El meñique, discreto, limpia los oídos. Los pulgares matan piojos. Pero es el indicador el que más trabaja… Del latín index, proviene la palabra “índice”, el dedo indicador tiene la función obvia de apuntar, “indicar”. Y es tan importante que llegó a darle nombre a un modo verbal, el indicativo. En tiempos primordiales, fue usado para escribir.

Es así que en el libro del Éxodo aprendemos que la Ley de Dios entregada a Moisés en las alturas del monte fue obra del dedo de Dios: “Cuando Dios terminó de hablar con Moisés en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas de la Alianza. Eran tablas de piedra, escritas con el dedo de Dios” (Ex 31, 18.)

“Escribir en la piedra” es sinónimo de escribir de modo definitivo, durable, indeleble. Y los padres de la iglesia identificaron ese “dedo” divino con el Espíritu Santo, la tercera Persona de la Trinidad: “digitus paternae dexterae”, dedo de la mano derecha del Padre. Podemos entender que la redacción de los mandamientos fue una especie de pirograbado, una Ley Pétrea, grabada a fuego.

En el 8º capítulo del evangelio de San Juan, en ese pasaje infelizmente conocido como el de la “mujer adúltera”, podemos ver la importancia del dedo indicador. Un grupo de fariseos y de escribas, exactamente aquellos que escriben, arrastran hasta Jesús a una jovencita sorprendida cometiendo adulterio. Ella debía ser novia, pues querían apedrearla, conforme Dt 22,23. Las casadas deberían ser ahorcadas, según el Sifrei 163 de los rabinos talmúdicos.

Lanzan a la joven al suelo, en el polvo del patio del Templo, la rodean como una banda de lobos y la apuntan con el indicador que acusa: “Moisés mandó apedrear a esta mujer. A continuación, el mismo dedo indicador se vuelve a Jesús: “Y tú, qué dices?”

La intención es obvia: los enemigos de Jesús actúan de modo que el predicador de la misericordia entre en choque con Moisés, o sea, la Ley del Sinaí, lo que haría de él un hereje para ser igualmente punido.

Para sorpresa de todos, Jesús usa su propio indicador: escribe en el suelo. Y nosotros nos vemos delante de un notable contraste: una Ley grabada en la roca indeleble y los pecados escritos en la fina arena, molida por los pies de los peregrinos. Arena fina que el más leve viento puede mover, borrando la inscripción y anulando la sentencia…

Sí. Los tiempos de la Nueva Alianza son tiempos de misericordia. Si va a correr sangre, que sea la sangre del Cordero. No la sangre del pecador. Por eso mismo frente a la sentencia de los acusadores, Jesús levanta su indicador y apunta hacia ellos: “El que nunca ha pecado que arroje la primera piedra”. Viéndose apuntados, bien en la mira del dedo indicador del Maestro, ellos se van retirando uno a uno, comenzando por los más viejos. Lógico: quién más vivió, más pecó. Y con una simple frase Jesús transforma a sus jueces en reos… Ahora, finalmente, Jesús puede apuntar su indicador hacia la joven : “¿Ninguno de ellos te condenó?” Ella susurra: “Ninguno, Señor…” Y Jesús recoge su dedo indicador para rematar. “¡Ni yo te condeno!”

Pero el dedo de Dios continúa trabajando. Jesús apunta para el azul del horizonte, donde se abre la perspectiva de una vida nueva, y muestra el rumbo a seguir: “Anda… y no peques más…”

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