Vale la pena ser niño

Publicado por Sol Assis 30 de septiembre de 2009

He observado que algunas personas cargan en su vida adulta algunas actitudes infantiles, y son percibidas a veces como irresponsables o “con tornillos sueltos”, y son ellas, coincidentemente, quienes tienen facilidad de comunicación, actitud y también son más felices.

Cuando niño reír y jugar es considerado normal pues demostra salud y felicidad. Los padres se muestran orgullosos de sus pimpollos sonrientes y juguetones, pero a medida que van creciendo, ya comienzan a cobrar más seriedad y responsabilidad, o sea, una postura “adulta”.

El niño sube en árboles, come frutas de él, se lame, se baña con la lluvia, se sienta en el suelo, chupa caramelos, se lame los dedos, hace caras feas con lo que no le gusta, se ríe de cualquier cosa chistosa, y si no le gusta un regalo lo lanza lejos…

Nosotros nos acordamos de eso con una nostalgia sana y nos imponemos que en la edad adulta nada de eso es permitido, es normal ver a los pequeños con los ojos brillando en sus juegos y tenemos mucha, pero mucha más nostalgia de nuestro propio tiempo de infancia.

También es correcto que veamos que todo viejo se transforma en niño, pues en la vejez las actitudes se modifican y es normal que cuidemos de ellos para que sus inconsecuencias no nos molesten.

Cuando somos pequeños la vida nos parece tranquila y divertida, todo es leve, relajado, no nos preocupamos con el arriendo, comida o cuentas para pagar, nuestras necesidades son suplidas por todos a nuestro alrededor para mantenernos alegres, cuando hay algún problema los adultos protegen a los pequeños, y el mundo gira en torno de esa alegría general.

Después nos tornamos adultos y en esa fase vemos la alegría y la tranquilidad perderse. Somos solicitados para todas las responsabilidades, cuentas para pagar, consejos que dar, actitudes a tomar, … tenemos que tener madurez y seriedad para resolver todo, nunca más podemos pensar en que alguien nos auxilie, somos robotizados, programados para pensar de acuerdo con la demanda del trabajo y tenemos que tomar decisiones riesgosas.

Antiguamente, hasta existían personas consideradas sistemáticas que eran personas rígidas, o sea, no huían del sistema, de las reglas, eran serias, honestas, trabajadoras, responsables, y eran consideradas como grandes partidos matrimoniales, pues todo padre soñaba con una persona así para entregar su hijo o hija, pues tenía la seguridad del matrimonio sólido.

Hoy vemos que nada de eso funciona más, tenemos más seguridad de la inseguridad e inestabilidad de la vida, mañana usted puede no estar más aquí y no vale la pena construir grandes patrimonios sin saber si va a tener la vida para vivir y usufructuar.

Pensando bien, llegamos a la conclusión que la vida necesita de salud y la salud es alegría de vivir. Ya fue constatado por personas que tuvieron o aún tienen todos los bienes materiales, pero que sufren de alguna enfermedad grave, que éstas darían todo el oro que consiguieron para vivir diferentes, si pudiesen volver atrás, solamente con salud y alegría.

Cantaría, bailaría, jugaría y principalmente amaría más. Cuando digo amar es amarse a sí mismo, buscando ser feliz, haciendo cosas tontas por placer personal sin preocuparse del resto.

La receta de todo eso es volver a la infancia perdida, y no esperar una enfermedad o la vejez para arrepentirse de vivir lo que no vivió. Las terapias de autoayuda están ahí para descubrir que la alegría y felicidad no cuestan nada y están en sus manos, ¡usted no necesita pagar por ellas! Haga surgir el niño escondido, guardado bajo siete llaves dentro de usted al mirarlos con el brillo de un recuerdo grato en los ojos. Transforme en realidad su alegría perdida, su liviandad olvidada. Comience sólo, sin necesidad de hablar con nadie, dese el derecho para hacer caras feas dentro del bus o del carro para alguien. Estoy seguro que a lo largo del día se va a reír al acordarse de esa travesura. Después, en la plaza o en un parque de diversiones donde haya niños, con la disculpa de ayudar, juegue con autitos de juguete, láncese por el tobogán, súbase a árboles y saque la lengua o ponga una cara fea para el niño que está junto a usted. En un primer momento se va asustar, pero después va a retribuir con una más fea aún. Aproveche la lluvia, sáquese los zapatos y camine bajo ella, coma caramelos y sobre todo, ría de todo y de todos, ría de lo que encuentre gracioso y en el momento  que encuentre algo gracioso, que no le interese lo que otros piensen o digan. Si dicen que a usted le falta un tornillo o que está más loco que una cabra, no le dé importancia. Cuando ellos entiendan que usted es más feliz y más saludable que ellos, entonces usted verá que valió la pena.

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