En Penafiel, Concelho do Douro Litoral, se preparó una gran fiesta en homenaje a José Saramago, por ocasión del lanzamiento de su último romance, Caín. El clima festivo terminó mal y la revelación del contenido del libro y las afirmaciones del autor sobre la Biblia, Dios y la Iglesia Católica, desencadenaron una ola de protestas que el Premio Nobel de 1998 no merecía. Las piedras vinieron de todos lados: de las autoridades, religiosas o no, de los opositores, de los adversarios políticos, de los envidiosos de los medios literarios y de otros sectores de la aún extremamente conservadora sociedad portuguesa. Hubo hasta quien sugirió al romancista la renuncia a la ciudadanía lusa – este es uno de los que llevaron a Saramago al exilio, después de degradarlo por el Evangelio Según Jesucristo.
El mismo griterío. Esta de octubre del 2009 fue peor. Encontraron a un Saramago abatido físicamente, fragilizado. Las imágenes vistas en la televisión y en la prensa lo mostraban con la mirada de alguien aterrado por la violencia de las palabras apedreadoras. Él parecía un niño desprotegido. Dónde estarían en ese momento los amigos y estudiosos de su obra: Eduardo Lourenço, Leyla Perrone Moisés, Maria Alzira Seixo, Umberto Eco y tantos otros.
En las entrevistas, apenas tenía fuerzas para responder a las preguntas maliciosas y hasta ofensivas de algunos periodistas. “No busquen hematomas, la piel es dura”, dijo Saramago a un reportero. Esta afirmación muestra bien el grado de agresión verbal que sufrió.
Nadie ignora su ateísmo, por él mismo propalado. “Soy un ateo tranquilo”, lo que no es verdad. Hay una complejidad de ideas y sentimientos envolviendo esa convicción. Su humanismo, por ejemplo, es uno de los componentes fuertes de su espíritu. “No hay ateo absoluto”, dice. El tema es absolutamente polémico, pero no es motivo de críticas feroces. En cuanto a la Biblia, hizo una lectura al pie de la letra. “Tomé en la letra lo que en la letra está. Sin compromiso con normas y dogmas de las religiones que adoptaron a la Biblia como un libro sagrado y materia de fe, Saramago leyó literalmente el Viejo Testamento. Retiró episodios escabrosos, ya absorbidos y aceptados por la consciencia anestesiada del pueblo, por la vía de la doctrina del misterio. Basado en estos hechos, Saramago llegó a decir “La Biblia no es un libro que se debe tener en casa al alcance de los niños. Es un manual de malas costumbres, un catálogo de crueldades”. Los devotos alegan: el lenguaje bíblico es simbólico, dejada a cargo de los teólogos y otros exégetas que aún están enredados descifrando los símbolos.
En esta fuente, el Génesis, se inspiró Saramago para crear el romance “maldito”, Caín.
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