XXIII – Antes y Después de la Pinel

Publicado por Bill Braga 16 de agosto de 2022

 

¡Cómo fingen los locos y poetas! Pessoa tenía razón. Fingiendo contar los dolores, fingen expurgarlos, fingen adecuarse, fingen hacerse mediocres. Y todos, inclusive ellos, llegan a creer en el fingir, mero artificio de retórica, mera creación. Pero al fingir, no es que los dolores se evaporen, en la catarsis del contar, aunque sea fingido, del recontar, pós-escrito, el alma inquieta, la bipolaridad del ser, las inconstancias propias de los desajustados, son diluidas en las palabras. ¡Pobres palabras! Sin ser consultadas, son obligadas a cargar el peso de un dolor de existir y estar.

En medio de la monotonía de los días de cárcel, surge una conversación inesperada. Él, el hombre de blanco, la racionalidad científica encarnada en un psiquiatra, me llama en un horario nada usual. Las dulces enfermeras lanzan sus sonrisas en mi dirección. Preparo mis armas, mis protecciones, para no caer en las artimañas psíquicas. Ya adaptado, ya integrado en la convivencia de la Pinel, hago un guiño para mis colegas que me ven entrando en la sala del Dr. Lucas.

Las mismas pruebas de sanidad, aquellas de siempre, crueles, son aplicadas durante la conversa. Finjo, pero me sorprendo… ¿Una brecha? No creo… El rumbo de las palabras que salían de la boca de ese hombre parecían engañarme. No, él no estaba queriendo decir lo que decía. Mi familia creía ser lo mejor para mí, dejar la Clínica Pinel, ¿continuar mi recuperación en casa? ¿Cómo es eso? ¿Por qué ahora piensas de esa forma? ¿Será que yo había caído en la trampa de los psicotrópicos y había abdicado a toda la genialidad que había alcanzado? No podía ser real. Justo ahora que esa cárcel se había vuelto mi hogar. Mis amigos estaban allí. Una avalancha bajó en mi mente. Y un furor de alegría y miedo me invadió.

Apreté la mano del doctor, corrí hacia el cuarto, preparé mis maletas. Mi madre estaba allí, esperándome. Mi hermano estaba afuera. Todos me esperaban. Allá afuera, el mundo. ¿Pero el mundo? Tan inmundo, que tanto me maltrató, ¿por qué  volver? ¿Lo lograría? ¿Sería yo mismo? ¿Pero quién era yo después de tantos pharmakóns? Después de casi dos meses ininterrumpidos de cárceles. ¿Amigos? ¿Aún existían? ¿Cómo me mirarían? ¿Qué asunto trataría con tantos series mediocres?

La puerta de hierro se abría, una lágrima se deslizaba. Por primera vez desde que me amarraron en una camisa de fuerza yo respiraba y me sentía libre. ¡Me liberé de esa camisa maldita! Ahora era obtener las alas de la libertad, disfrutar del mundo, vivir nuevos y viejos amores, escribir poesías, rasguear bossa novas y sambas en las guitarras. ¿Estaría listo para todo eso? Allí, ese día, yo renacía. Podría decirse en una vida AP y PP. Antes y después de la Pinel.

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