XI – Arresto Domiciliario

Publicado por Bill Braga 20 de julio de 2020

El regazo de Sandra me dio el arrullo que necesitaba. No sé por qué, pero todas las noches, fuese ella o Valeria quien estuviese conmigo, yo sentía la necesidad de acostarme en un regazo. No en cualquiera, sino en uno de aquellos. Realmente, yo quería que fuese el regazo de mi novia. Hace tiempo que ella no me visitaba, ¿por donde debía andar? ¿No era el amor el sublime sentimiento que pasaba por encima de todo y de todos? Dulce ilusión, el amor es tan frágil y bello como un cristal. Al primer temblor se despedaza en mil pedazos tan cortantes que es preferible no juntar los trozos. Así es el amor, amor-pasión. En el regazo de mis compañeras, Sandra y Valeria sentían otra cosa, un acogimiento, una paz. Paz dentro de la locura, encarcelado dentro de la clínica que lleva el nombre del honroso psiquiatra Phillipe Pinel. Después cuento algo sobre él, pues ustedes deben estar ansiosos para entender el camino que me trajo del bar Baiana do Acarajé hasta aquí. Calma, no me acelere, sabemos que en las minucias están las pistas, debo avisarles.

Le pregunto a Sandra lo que piensa sobre mi madre. Ella me dijo: una mujer formidable y fuerte. Mujeres, siempre defendiéndose. Pobre Sandra, tan amable, pero tan distante de la profundidad del mundo. Ese día en que las voces encendían mi corazón en un bar en el corazón de la Savassi, ni siquiera la llegada de mi madre pudo ayudar. En realidad, me incomodó mucho, mientras ella lanzaba sus miradas malvadas que penetraban en mí, diciéndome que yo estaba fuera de mí. No, ella no entendía, necesitaba encontrar a mi padre, él tenía el eslabón con el mundo de los sanos, el PSP, portador de la música. Yo le decía desesperadamente que necesitaba encontrar a mi padre, él está con mi PSP y dijo que me lo va a devolver.

Ellos no entendían. Ninguno de los tres: mi madre, su novio y mi hermano Leo. Miraban en mi mochila y ahí estaba el PSP. ¿Cómo podían entender, les pregunto, si no sentían esa profusión de sentidos, no veían el mundo abrirse en sus polos dialécticos y no saltaban de la realidad sensible para la supra-realidad? La porfía de los sanos, aliada a su soberbia. Nunca quiera ser un sano.

Y en mi búsqueda de figura paterna, portador del eslabón con el mundo, me adentraba nuevamente en bares y restaurantes, conversaba con (des)conocidos, que podían darme las pistas para el encuentro. ¡Y cómo me torturaban esas voces! Mi padre no susurraba, sino gritaba dentro de mis oídos, haciendo que la resonancia sofocara mi cerebro. Y de él, directo al corazón. Solo mejoraba cuando Tatiana volvía a escucharse. Ella me daba las mejores pistas, me decía que tomara cuidado con mi madre. Cuán sabia fue siempre.

De repente mi madre cambió su postura y su discurso, dejando brotar su candidez. Me dijo que había conversado con mi padre, que él realmente estaba con mi PSP, que lo había dejado en la portería de nuestra casa. Desconfié un poco, ¿sería una más de sus tácticas para intentar engañarme? Al final, mi padre era como yo, la calle era su morada, la bohemia. Él estaba haciendo que lo buscara por algún motivo, Tatiana debía estar esperándome a su lado. ¡Yo anhelaba ver a mi novia!, ella no merecía las injusticias que yo cometí con ella, las traiciones de pensamiento. ¿Será que eran solamente en pensamiento? ¿Qué habría hecho yo esa noche en Juiz de Fora un día antes? Ella no merecía eso, y al torturarme en pensamientos, Tatiana me calmaba, diciéndome que era mejor seguir los instintos antes que la razón represiva. Es eso. Ella está en lo cierto. Y de a poco fui entiendo que no servía de nada pelear con mi madre, ni con su novio, por más reprimidos que me pareciesen. La mejor táctica, aquella que me susurraban al oído, era seguirles el juego. Y así lo hice.

Sin mucha insistencia de mi madre, acepté (?) lo que me dijo. Vamos a casa, vamos a buscar mi PSP, vamos a volver al abrigo de mi cuarto, mi mundo. Ella creía que eso lo solucionaría, que allí yo estaría a salvo. Ledo error.

Llegué a casa y realmente mi PSP estaba allá, esperándome en la portería. Aunque hoy ella me diga que estuvo todo el tiempo dentro de mi mochila, yo sé que no estuvo. Yo sé que estaba con mi padre, y él, queriendo llevarme para casa lo dejó en la portería del edificio. Poder tenerlo de vuelta, poder entrar de nuevo las canciones que embalaban mi ritmo, fue una alegría instantánea y momentánea. Los instantes pueden condensar las paradojas de una vida. Y esa fue así. Por eso decía Vinícius: “mi tiempo es cuando”.

No tenía idea que el abrigo de  mi hogar se transformaría en poco tiempo en la angustia de una prisión. Pero es así que los sanos actúan, transforman alegría en dolor, libertad en prisión. Acostúmbrense los que me continuarán acompañando.

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