VI – La tentadora locura y sus deliciosas sensaciones de poder

Publicado por Bill Braga 3 de marzo de 2020

La noche caía festiva en Juiz de Fora. Después de mi acceso de rabia, de toda la agitación, por lo que me acuerdo hubo un momento de reconciliación. Me acuerdo que fui al camarín, y conversé con la drag por algunos instantes, ella ya sin los trajes. Vi que ya lo había conocido, el hombre atrás de la drag, habíamos conversado antes de él producirse… No sé muy bien lo que dijimos, pero sé que todo se calmó. Una persona actuó de forma extraordinaria, mediando todo este conflicto – interior y exterior – por el que yo pasaba: Tatiana. Tal vez por el hecho de ella ser psicóloga, tal vez por la sintonía que yo había sentido entre nosotros, ella, y solo ella, logró ayudarme en ese instante. Conversó conmigo hasta que la agresividad pasó, me incentivó para no darle importancia al resto de la fiesta, me dio el tiempo y las palabras que yo necesitaba. Por fin, todo terminó. No todavía. Parecía que todo había quedado bien, pero la noche caía, y ella siempre trae a la superficie otros mundos. Pero, ¿por qué se me escapan tanto los recuerdos? Sería mucho más fácil si ellas estuviesen organizadas, accesibles… ¿Y por qué porfían en encarcelarme me en esta clínica? ¿Será que no perciben el gran error en todo esto? Porfían en medicarme, pues saben que no me pueden soportar. Pocos son capaces de soportar la verdadera verdad. Los locos son portavoces de una verdad inaccesible a los sanos. Por eso me quieren domar. Me acuerdo de Umberto Eco, el epígrafe en “El Nombre de la Rosa”: “¡Los niños y los locos dicen siempre la verdad!”

Tatiana se iba, físicamente, pero no me abandonaría esa noche. Iban con ella los gays, heterosexuales y simpatizantes, y la fiesta acababa. El tumulto que provoqué con mi ataque de ira, no disminuyó el brillo de la fiesta. Me fui a mi rincón, no quería mucha conversa con mi padre o con Marquinhos. Ellos no me entendieron, me condenaron y me dejaron apenado. Es el egoísmo reinante de los puntos de vista. Ellos se fueron y yo me quedé. Solo. Yo y mi agitación interna, acostados en Juiz de Fora. Miento. Yo, la agitación y Tatiana. Ella parecía estar allí, todavía intentando calmarme. Ella sabía que yo solo me calmé por fuera, porque el torbellino continuaba por dentro. ¿Y mi novia? ¿Será que yo había hablado con ella estos días? ¿Será que ella sabía lo que estaba pasando? Ella era tan amable, yo le gustaba tanto. Posiblemente sí estábamos conversando. Pero cómo, si a mí ella me gustaba tanto, me encantaba tanto con Sandra y con Tatiana. ¿Por qué mis deseos estaban tan intensos, al punto de no poder dormir? Ella no merecía el acto de la traición. Mucho menos los pensamientos, que son más peligrosos que los actos. ¡Lo son! Los actos terminan allí y pueden ser olvidados. Los pensamientos se adhieren a los sentimientos e invaden el inconsciente. Y nos volvemos rehenes de ellos. Pero, ¿por qué no paraba de pensar? Sentía mi corazón acelerado, mi cerebro parecía comprimir mi cráneo. Mis pupilas dilatadas. ¡No! No había usado ninguna droga aparte del alcohol y del tabaco. Pero entonces, ¿por qué no lograba relajarme?

Así seguimos la noche, yo y la imagen de ella, intentando en vano descansar. Cómo yo quería esa noche sentir este cansancio que siento ahora, que turba mi vista, pero yo porfío en continuar… Debo haber logrado cerrar los ojos a las cinco de la mañana… A las seis levanto asustado. Oí. Yo oí. Él dijo esto. ¡Hideputa! Yo no hice eso. Por qué él está diciendo eso si yo no usé nada. Yo no necesito usar eso. ¡Son todos unos imbéciles! Él, mi padre, nadie entiende que no usé nada. Él dijo: él no puede dormir porque aspiró polvo. ¡No aspiré, mierda!, lo dijo de nuevo, yo no necesito oír esto, definitivamente no necesito de esos hipócritas del cuarto de al lado.

Necesito continuar contándoles, a ustedes… la enfermera llegó, quiere conversar, pero yo necesito contarles, que ella espere un poco. Fue ahí que todo comenzó, en la visión de ellos… Yo los escuché diciendo que yo había aspirado polvo, cocaína. Pero no había hecho nada, y eso me enfureció. Arreglé mis cosas, invadí el cuarto a los gritos, diciendo que yo no había esnifado, que ellos eran unos mentirosos, que no necesitaba estar ahí, y que me iba. Mi padre despertó sin entender, Marquinhos intentó argumentar, pero yo no escuchaba. Solo los insultaba y les decía que me iba para no volver. Mi padre quiso darme un poco de dinero, yo estaba sin nada. No acepté, no podía aceptar su dinero. Él lo debe haber colocado en mi bolsillo, no me acuerdo… Bajé enfurecido, mis ojos ahora cambiaron, y salí andando por Juiz de Fora, atrás de un taxi. Ninguno se detenía para llevarme… Nadie me quería ayudar… ¿Dónde estaba Tatiana? ¡Solo ella podía ayudarme!

Ufa… No puedo andar mucho… Siento un peso en el cuerpo, un peso en las piernas. Creo que es el tal Haldol, el enemigo de los creativos… Necesito acostarme, descansar, la cabeza ya está pesando… pero entiendan que esta situación sería el comienzo de lo que llaman “crisis psicótica”… Juro que oí las voces reprendiéndome, pero ellos dicen que las voces estaban en mi cabeza. Hasta hoy me acuerdo lo reales que ellas me parecían. Y este nuevo conflicto me alzó a lugares en los que nadie de los que llegó pudo contar… y ustedes están teniendo el privilegio de leer de primera mano… la tentadora locura y sus deliciosas sensaciones de poder.

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